sábado, 26 de septiembre de 2015

Mradi: Kwa pamoja kwa SI (2ª Entrega)


Male Compliments

Sombrero Llobregat

True Catalonian Humunculus (Versión I)

True Catalonian Humunculus (Versión II)

Nota: de True Catalonian Humunculus solo existe físicamente uno de los dos... Únicamente es que todavía no me he decidido sobre dónde está el norte de la pieza.


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Más info de Mradi: Kwa pamoja kwa SI > aquí. 


miércoles, 23 de septiembre de 2015

SEÑOR SEÑOR // SPACE RETARD, nuevo Riot-Singlerazo para votar fully bien!



  1. VOX es un proyecto político para la renovación y el fortalecimiento de la vida democrática española con el objetivo de cohesionar la Nación, palabra derivada del nombre femenino más precioso: María. Y como yo siento igual que la María más femenina, por eso me gusta que me llamen así: Marica o mariquita.
    Nadie sabe, excepto "nosotras", el sufrimiento que conlleva nuestra condición de mujeres presas en cuerpos de machos; y menos de los que  tuvimos la desgracia de nacer bajo aquel Régimen tan nefasto como era la dictadura de Franco, teníamos que encubrir nuestra condición, ya que éramos como la peste, enfermos y mal nacidos, cuando no delincuentes.
    A los 13 añitos tenía deseos de estar con un hombre, tanto o más ganas que aquellas niñas de mi barrio conseguir la eficiencia del Estado, mejorar la calidad de las instituciones, garantizar la honradez de los responsables públicos e impulsar el crecimiento económico en beneficio de todos los ciudadanos. 
  2. VOX constata que ante la degradación del Estado constitucional a Estado de partidos y la incapacidad de las dos grandes fuerzas políticas de ámbito nacional para diseñar y realizar las profundas reformas que necesitan tanto nuestro sistema institucional "Picha española, no mea sola". ¡Vamos! a que esperas para sacártela.
    Saque lo poco que tenía con más vergüenza que miedo, y me puse a su diestra a orinar, pero no hacía nada más que mirar aquel "nabo" que me traía por la calle de la amargura.
    Seguro que ya habría captado algo en mí, puesto que me dijo sonriendoy jurídico como nuestro modelo productivo, es imprescindible que surjan nuevas opciones emanadas de la sociedad civil capaces de dar respuesta a la actual crisis estructural que atraviesa España.
  3. VOX propone, en consecuencia, Manuel TROTONA, que así se chama o rapaz, é alto, louro, de ollos azuis. Ten azos angulosos e barba de tres días. É de complexión forte, coas costas anchas, torso definido, brazos musculados e mans grandes e venosas. Tamén foi xogador de fútbol e adoita practicalo, polo que ten unas pernas fortes, musculosas e poderosas. Ten velo, sen chegar a ser esaxerado, no peito, no abdome, nos brazos, nos sobacos e nas pernas. Os seus pezóns son grandes e duros. Entre as pernas ten unha boa pirola de 20cm, pero o que máis destaca é o seu grosor, pois non se dá pechado a man coa que se agarra. Os seus collóns son grandes e gordos. É, polo tanto, todo un macho empotrador. Una Agenda de Renovación concretada en un conjunto de medidas que hagan realidad el proceso de transformación democrática que los ciudadanos españoles vienen reclamando ETA-NIPPLEWARRIORS a través de numerosas plataformas e iniciativas civiles desde el inicio de la crisis.
  4. VOX llama a todos los españoles que desean una España unida en permaEspaña unida en permanente progreso material y moral, y dEspaña unida en permanente progreso material y mEspaña unida en permanente progreso material España unida en permanente progreso material y moral, y dotada del prestigio y la influencia que le corresEspaña unida en permanente progreso material y moral, y dotada del prestigio y la influencia que le correspondeponde y la influencia que le correspondeoral, y dotada del prestigio y la influencia que le correspondeotada del prestigio y la influencia que le correspondenente progreso material y moral, y dotada del prestigio y la influencia que le corresponden en el mundo por su envergadura histórica, cultural y económica, Conteille como me facías as beiras... Como me sobabas como quen non quere a cousa... Como ulías os meus calzóns ás agochadas... Como te cachei tocándote con eles... Como ma comeches por primeira vez... e todo o leite que tragaches... Como xemías como unha pendanga a primeira vez que te fodín estabamos nun dos nosos escarceos sexuais no meu dormitorio. Eu estaba a catro patas e el estaba dándome polo cú. A verdade é que fodía de marabilla e, ao ter unha pirola así de gorda, producía un pracer indescritible. E desta volta non era menos. Tíñame amarrado polas cadeiras e perforábame con forza. Cada vez a penetración era máis rápida e el bufaba a cada movemento a sumarse a un  nuevo proyecto basado en la firmeza de las convicciones democráticas y en los valores propios de la sociedad abierta.
E dito isto, dáme un par de labazadas, agárrame forte polas cadeiras e comeza a foderme como nunca. Está a foderme coma un animal. Ruxe que parece un boi e eu berro do pracer. Eu enseguida me corro abundantemente. De repente el dáme unha forte estocada, a súa pirola incha e sinto o seu leite quente preñarme o cú. 




sábado, 19 de septiembre de 2015

Mradi: Kwa pamoja kwa SI


Daimajines del Priorat

Nueva Carne, Joven de Hoy

La Tesitura de Hawkman (Terra Baixa Reloaded)

Day of the Tentacle

La Madura Serenidad del Celador (Cayetana's Woundfucker)

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(Todas las piezas: Collage 32x42cm. Septiembre 2015)

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He aquí los primeros pasos del nuevo artefacto colectivo con el que, según apuntan las estadísticas, iré matando las tardes y soliviantando las noches en vela que vendrán en las próximas semanas. Dicho artefacto (véase proyecto, entiéndase como una manera más de hacerme-venir-bien mis habituales descalabros) lleva por nombre Mradi: Kwa pamoja kwa SI. 

Mradi: Kwa pamoja kwa SI es, ni más ni menos, la traducción automática al suajili de "Projecte: Junts pel SÍ" (Google Translator mediante). Como su propio nombre indica, se trata de UNA MOVIDA relativa a JUSTO ESO. 

A ver si logro explicarme.

Como artista, como persona, como patriota, como demócrata, como creyente: imposible no hacerse cargo de la importancia implícita en el momento presente, apenas a una semana de las elecciones, siendo éstas una vorágine de cambios que llegan para quedarse, cambios que afectarán a lo vital y más aún (no sé si a nivel molecular o sub-atómico, habrá que verlo sobre la marcha).  

Gracias a la ilusión de todo un pueblo que ha decidido por fing alzar la voz —al tiempo que se curra a la voz de ya una coreografía masiva a vista de pájaro—, pero sobre todo a sus líderes: la punta de lanza de un nuevo mundo en ciernes, motores de gran cilindrada, coalición de All-star Pathfinders (cósmica envergadura la suya) y herederos de los grandes Lazarillos de la Humanidad. Gracias a ellos, muy posiblemente pronto abandonaremos el páramo estéril por el que actualmente vamos arrastrando los pies para entrar —todos juntos, qué duda cabe— en los nuevos vergeles de infinita fertilidad socioeconómica que sin duda nos están esperando con los brazos abiertos. 

Dicho esto (preámbulo de cortesía, pues supongo que todo el mundo estaba ya al corriente del asunto), la pregunta que se nos presenta de inmediato es la siguiente: "Y yo, ¿qué puedo hacer para co-la-bo-rar?". Esa es, precisamente, la cuestión que vengo a tratar con la incipiente serie Mradi: Kwa pamoja kwa SI: porque yo, como artistapersonapatriotademócratacreyente in full effect, me he visto en la necesidad de dar lo mío. Con ilusión, valentía y muchísimas ganas de APORTAR, he aquí los primeros pasos de lo que, recorrido el camino necesario, habrá de ser MI LEGADO PARA CON TAN CONSPICUA EMPRESA. 


Mradi: Kwa pamoja kwa SI es, a primera instancia, un sentido homenaje a lo que MUY probablemente venga a ser LA MAYOR Y MÁS PROFUNDA DE MIS PREOCUPACIONES: la Independencia de éste MI país.

Muchas mañanas me levanto llorando. Sí, tal cual, moqueando a todo trapo como una magdalena de Murcia. No me avergüenzo de reconocerlo: cuando salgo de la cama y me miro al espejo del baño, no es cosa rara que mis párpados estén hechos un cristo. Después de pasarme un algodoncito con acetona por las cuencas (dicen que suaviza el impacto de una existencia mayoritariamente desdichada, al tiempo que descongestiona las ojeras de la droga), siempre me hago la misma pregunta:

"RIOT, ¿ESTA MAÑANA ERES LO SUFICIENTEMENTE PARTE DE ALGO MAYOR Y MÁS IMPORTANTE?"

Hay días peores que otros. No es extraño que, a modo de respuesta a mi propia pregunta, acabe abofeteándome. "Eres una vaquita tonta, gorda y muy, muy mierdosa", me digo en voz alta. Me doy fuerte, con la mano abierta; sin quitarme los anillos, non-stop hasta dejarme los mofletes calientes y rojos-rojos. Me estrujo las lorzas, clavo las uñas en los pliegues y hago todo lo posible por sentir un profundo asco de mí mismo. Me hago daño por dentro y por fuera. 

Si Catalunya fuera por fin independiente, esto NO pasaría. Tú lo sabes, yo lo sé.

Y aún más: si Catalunya fuera independiente, habría MUCHAS más probabilidades de que, por fin, me fuera concedida esa paga del Estado por inútil y por politoxicómano que tanto me merezco. Años, más de una década llevo luchando para que me reconozcan mis derechos legítimos de Ciudadano de Mala Calidad: ¿es acaso el 27-S una luz al final de ese túnel? YO DIGO .

Por esas razones (entre muchas otras que ahora no vienen a cuento) he decidido llevar a cabo esta serie titulada Mradi: Kwa pamoja kwa SI, y que también se podría haber titulado Төсөл: SI төлөө хамтдаа ("Projecte: Junts pel SÍ" traducido automáticamente al mongol, sin acritud) o Project: Babarengan pikeun SI (su versión en sudanés, claramente más comercial y accesible gracias a la fresquísima pronunciación que se gasta).

Siguiendo la estela de mis últimas creaciones artísticas, esta nueva saga de collages sobre papel retoma el testigo que últimamente ha venido caracterizando mis trabajos más recientes: materiales de mierda, formatos cobardes, estética resobada y una factura miserable de cojones, amén de lo poco o nada que aportan los temas reflejados y los tratamientos fisionómicos.

Aunque esta vez, gracias a una iluminación proveniente de la estela nacionalista que right now surca sobre nuestras cabezas como Pedro por su Bloody Casa, he añadido ciertos condicionantes que, quieras que no, dotan al presente proyecto de cierta singularidad: los collages están compuestos EXCLUSIVAMENTE por carteles electorales de JUNTS PEL SÍ (y, en todo caso, todo lo que arrastran con ellos cuando los arranco de sus correspondientes tablones). Romeva, Forcadell, Mas, Jonqueras... Incluso eminencias como Lluis Llach (reconocido autor de superhits como La Chatunga o el eterno himno generacional Los Sótanos con Humedades son para el Verano) o el mismísimo Pep Guardiola, una de las personas QUE MÁS HA HECHO POR Y PARA EL PUEBLO LLANO en los últimos dos siglos: un plantel eminentemente erótico pero solemne al mismo tiempo, al más puro estilo de las borrachuzas victorianas, solteras y de alta cuna, una vez pasan de los 60. 

Carteles espectacularmente carnosos, labios y dientes y pupilas en modo macro, pieles porosas y semblantes enajenados que reflotan a través de una encrucijada de horizontes infinitos (más allá del campo de visión propio de un ciudadano medio) son algunos de los ingredientes de la materia prima en la que se sustentarán las piezas de Mradi: Kwa pamoja kwa SI. Es decir: NO PUEDE FALLAR. 

O sí, pero el empaque es inherente.




miércoles, 16 de septiembre de 2015

Zarautz Gaztetxea


Durante la imborrable jornada del 12 de Septiembre de 2015.



jueves, 10 de septiembre de 2015

LUGAR FELIZ (título provisional)


Cuando colgué el teléfono, mi mano no quiso desprenderse del aparato. Eso es, más o menos, lo que suele pasarme cada vez que recibo una mala noticia. Ahí mi cuerpo se bloquea razonablemente, como le pasa a todo el mundo. Si la noticia es REALMENTE mala, entonces es cuando mi equilibrio mental y la tersura de mis nervios también se ven en entredicho. Entiendo que eso es algo común entre las personas. Lo paso mal, por supuesto. Como todo el mundo —supongo— cuando recibe una mala noticia de según qué calibre.

Pero, además de todos estos estándares propios del socavón ocasionado por un quiebre de las previsiones para esta mañana (tampoco demasiado alagüeñas a priori), mi mano se ha quedado adherida al teléfono. 


Yo no: mi mano.

Son las 19:58h. Lo que significa que llevo más de ocho horas con la mano en el teléfono. Mejor dicho, mi mano es la que lleva ahí todo ese rato. No yo.

Os cuento.

Tras esperar un tiempo prudencial, no tuve más remedio que salir de casa, dejando —con gran pesar— mi mano prendida sobre el auricular, segada de un corte limpio a la altura de la muñeca, justo al comienzo del antebrazo. Eso ha sido a las doce del mediodía, en punto. La mala noticia fue lo primero de hoy, justo después de levantarme y justo antes de desayunar. Son las 19:59h y, de hecho, todavía no he desayunado. Lo más seguro es que ya me espere a mañana, al siguiente turno: mientras pueda aguantar, el orden natural de las cosas sigue siendo la principal prioridad.

A las doce y dos minutos de este mediodía he puesto los pies en la calle, sin mano, preguntándome cómo puedo ser tan desgraciado. Y ya no se trata meramente de ir por ahí sin mano derecha, sin la mitad de la pierna izquierda, sin más de la mitad de los dientes, con un hombro reducido a un cuarto de su tamaño y con la nariz de un aborigen de 165 años. Es cómo la gente te juzga, con qué desprecio se aleja de ti y de todo lo que te atañe, la ligereza con la que anulan los tratos vigentes y niegan cualquier deuda pendiente. Es, básicamente, la tristeza en la que me entierran: si bien puedo entender lo desagradable de la visión que suscito, ellos saben tan bien como yo que esto no depende solo de mí. No es mi culpa, no del todo.
      Pero ahí estoy, solo y absolutamente desamparado frente a lo que parecen ser inevitables ataques de náusea, cepos estéticos y mecanismos de autodefensa. Me pregunto si alguno de ellos pierde el sueño por esto.
      Ya. No.

A la una y media del mediodía, volví a casa. Había estado llorando. Pasándome la lengua por los huecos que los dientes perdidos dejaron en mi encía, aprovechando el reguero de lágrimas y mucosidad precipitado —filtrándose por entre las comisuras
para lubricarme de forma natural las llagas más recientes. Esto pasa —lo digo para quien no lo sepa— cuando no estás acostumbrado a una dieta a base de líquidos y, de pronto, más de la mitad de tus dientes se van a vivir a otra parte. Siempre cometes errores, más que nada por costumbre; huesecillos de fruta y cartílagos de la carne y las pequeñas espinas de pescado y según qué pieles —particularmente ásperas— de algunas hortalizas hacen lo suyo. Antes de que te des cuenta, la boca entera escuece como si te la hubieran escaldado con café hirviendo. Intentar evitarlo es ponerle puertas al campo.

A la una y treinta y ocho minutos de la tarde, mi mano seguía adherida al teléfono como si no hubiera un mañana. La observé con renovado detenimiento. La rondé, hice notar mi presencia. Intenté transmitirle pensamientos de reconciliación y un ajuar con mis mejores intenciones a cambio de su retorno voluntario. Todo sin presiones, poniendo sobre la mesa lo mejor que tengo. 

      He intentado forzar la vuelta de algunas partes de mi cuerpo en otras ocasiones: NO funciona. Una vez eludido el centro de control, cada parte ha actuado por mérito propio y siempre en mi contra. Yo entiendo que mi cuerpo me odie. Es más, lo encuentro lógico. Pero siempre me hago la misma pregunta: ¿cómo puede ser mejor la vida ahí fuera, lejos de mí, del resto de mi cuerpo?

Personas me han abandonado. Animales me han abandonado. Camellos, amigos, familiares, incluso objetos personales: me han abandonado, y no les culpo. De corazón lo digo. Pero ESTO, la verdad, me empieza a parecer excesivo. Incluso para alguien como yo.

Tres y media de la tarde: mi mano, con la piel amarilleándosele por momentos y los nudillos hinchados a más del doble de su capacidad habitual, no había dado hasta ese momento ninguna señal de cambio. Estaba tan bloqueado por aquel entonces que ni siquiera me planteé seguir con lo mío, con mis cosas. ¿Qué ánimo le queda a un hombre cuando se ve obligado a asumir que INCLUSO su mano derecha prefiere gangrenarse en soledad —soldada al auricular de un teléfono fijo, ojo— a seguir adelante junto al resto del equipo, por muy jodida que esté la cosa? ¿Qué sería lo siguiente? ¿Hasta qué cotas de ignominiosa deserción podía llegar mi cuerpo en contra de mí mismo?

Me imaginé a mí mismo, orinando por la oreja. Huelga decir que entré en pánico.

Cuando faltaban apenas dos minutos para las cuatro de la tarde, corté el cable del teléfono. Asaltado por una sed de venganza hacia mí mismo, salté como pude hasta la cocina —las muletas estaban demasiado lejos, yo demasiado febril como para atender a los pequeños detalles— y me hice con un gran cuchillo de cortar pan —ergo, de sierra—, con el que sí, he cortado el cable de teléfono. Aún sabiendo que el teléfono nada tenía que ver en todo ello. Lo corté sin miramientos, por varios sitios, pelando el plástico y deshilachando los filamentos de cobre con los dientes (del cuchillo).
      Esperé a ver qué hacía entonces mi mano, ahora que su nuevo amigo estaba incluso peor que yo.

Pasaron treinta y tantos minutos: nada. Nada y mi mano, cada vez más violácea, había empezado a rezumar un líquido viscoso: parecido al aceite de motor, aunque más grumoso y tornasolado. Nada y yo, harto como estoy desde hace tiempo de este tipo de jugarretas, había empezado a canalizar mis nervios a través de un monólogo aspirado sobre el que iba precipitando mis frustraciones en forma de cacofonías que, por lo general, solo entiendo yo. Esto suele pasar cada vez que recibo malas noticias. También cuando alguna parte de mi cuerpo me abandona. Pero esta mañana, en ayunas, el karma me hizo un sandwich maléfico al que no estaba —ni estoy— acostumbrado. Por partida doble, sin precedente alguno ni aviso previo. Esta vez, mis cacofonías sonaban con cierto eco medieval, casi catedralício, más obscurantista que nunca antes. Medidas excepcionales para jodiendas excepcionales, supongo.

A las cinco menos cuarto, sonó el teléfono.


 

Es importante tener un lugar feliz al que acudir cuando las cosas se ponen particularmente turbias. Un destino, por así llamarlo, donde dirigir todos tus impulsos. Mente, sentidos, cualquier forma de conciencia que te pertenezca: todo dentro de un paquete exprés hacia ese país de las maravillas donde aún no ha podido llegar nada ni nadie que no seas tú mismo. Y refugiarte allí, el tiempo que sea necesario, para luego volver.

Cuando sonó el teléfono, mi primer impulso fue hacer las maletas entre sien y sien —afortunadamente, aún conservo ambas— y largarme pitando a mi lugar feliz. Pero, antes de eso, me quedé mirando el cable destrozado y el cuchillo de cortar pan y el teléfono y mi mano —ya al borde de una zombificación formal— y luego yo, desde fuera, como si fuera el espectador de un entremés infernal basado en el gerundio infame de mi propia existencia.

Lo primero que pensé es que mis ojos, los dos, también se habían unido a los rebeldes. Pero no: mis ojos seguían en sus cuencas, las cuencas en mi cráneo, mi cráneo bajo mi cara, mi cara al frente de mi cabeza, mi cabeza sobre mi hombro y cuarto, mi hombro y cuarto sobre todo lo demás, fuera lo que fuera eso. "Debe tratarse de un éxtasis gratuito", me dije.  

El teléfono dejó de sonar. Y luego empezó de nuevo, peor que antes. El timbre se volvió furioso, subió el volumen y agudizó su tono. Luego paró de nuevo, volvió otra vez, paró, y volvió a ello para ya no parar más.

De hecho, lo más importante de tener un lugar feliz no es propiamente tenerlo. Lo más importante es volver de él. Ir, quedarse a dormir, deleitarse con el paisaje, degustar manjares locales, intercambiar impresiones con los lugareños, etcétera: todo eso no sirve de nada si no puedes volver. Volver ES el premio, el objetivo. No por volver en sí, sino más bien porque, si vuelves, siempre será a tu favor. Y si no vuelves… justo eso.
      Volver siempre será a tu favor.


 

Son las 23:34h. No hace mucho que he vuelto de mi lugar feliz. El teléfono sigue sonando. 

Mi mano sigue aferrada al aparato. Las venas negruzcas del dorso le vibran a cada timbrazo, parecen patas de una araña hundiéndose en el fango. La falta de circulación le está sentando fatal: aunque pueda sonar contraproducente, me alegro.

Mientras rasco la fantasmagoría de mi pierna ausente con el mango del cuchillo de cortar pan, me pregunto quién será a estas horas. 
 

Espero que no sean más malas noticias.



miércoles, 9 de septiembre de 2015

MIDDLE AGE VIOLATORs :: COUCHÉ NIGHTMARE 003-09/2015


EN EL ALTAR 

FAIRY BITCH

PASADITOH DE VUELTAS

PLAN-B HERO


____________________



"Hope it's a Mistake"

Mad Max



domingo, 6 de septiembre de 2015

ERODED CLASS-CLASH (Couché Nightmare 09-002-2015)



BOUNCING ST. MARY

CARMÍN ABISAL

CAUCASIAN YOKAI FLYING HEAD

EL GLOBO

PINHEAD PLAYBOY

PUCHINELA'S UNDER STRESS

SAY WHAAAAAT

SCIENCE NEEDS

THE BODY HAMMER

DEFECANDO SANGRE

EMBRYO


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Matando la tarde de domingo, literalmente.
Desgarro y perspectiva y low-tech y eso con los que dios los iluminó, malditos hijos de puta: una y otra vez mueren, y aún así se me acabará antes a mí el tiempo.


viernes, 4 de septiembre de 2015

NUEVO RIOT-SINGLE "PAJARITO'S FINGAZZ"!




EHMMM. Esta vez creo que me abstendré de comentar nada. Así que, si por la razón que sea, alguien quiere descargarlo: AQUÍ.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

REENTRÉ :: PLADUR KINGDOM, OCTAVA PLANTA (Couché Nightmare 001/09-15)



DEMASIADOS ENEMIGOS - I
DEMASIADOS ENEMIGOS - II
SEGREGANDO EN POSITIVO
ADMIRACIÓN NATURAL - I

ADMIRACIÓN NATURAL - II  (PUSSYCAT MOOD)

RIENDO LA GRACIA, 11:39 AM
EN EL DESPACHO, PUERTA CERRADA



HAIKU DE CHANTAJE










 


Dónde sino

   y si no racionaliza


tus posibilidades y llora.













MOVIMIENTOS 1-2 :: 28082015





MOVIMIENTO 01 :: 28082015

Amar es una sensación de hambre. Literalmente.

Así opina Matilda, no sin razón. Mi gata —europea gris atigrada, año y medio— ama a través de su hambre, el hambre que siente es a su vez amor y los vacíos —imagino— se comparten. O quizás son uno: ahí ya no tengo el valor de afirmar nada.

En las guerras también es así, a pesar de que algunos gestos de amor puedan —dado el caso— acabar derivando al margen de los espectros estrictos del hambre: una emulsión alternativa a las propias del hambre es, sin duda, la miseria.
     La miseria es un tipo de hambre más abierta, definitivamente versátil y con una gran capacidad de improvisación. Según cómo, canibalismo. Espiritual. Sin hueso.

Pero volvamos a Matilda. No me cabe duda alguna que mi gata me ama. Pero, lo que ese amor significa para ella y lo que significa para mí crea entre ambos cierto desencuentro. No es que no nos entendamos: es que no nos entendemos como a mí me gustaría. Sé que esto suena fatal, pero así están las cosas.

Frente a mí —ahora, en el vagón de metro— dos técnicamente preciosísimas alemanas (¿austríacas?) mantienen una animada conversación que parece estar exclusivamente versada en los mapas que llevan en la mano —un mapa cada una, ambos idénticos: están a menos de un palmo la una de la otra, por lo que sus mapas parecen siameses unidos por el cráneo—. Señalan cosas en ellos, apuntan cosas sobre los márgenes: de nuevo, al mismo tiempo y en el mismo margen de sus respectivos. No sé si se trata de un juego o si es que es su forma de mantener la compostura ante algún problema interno. Agorafobia, acúfenos a pares, exceso de aspiraciones… no sé. Hambre no es, eso seguro.

Agradezco no entender ni una palabra de lo que dicen, así como lo dicen ellas —como chupando un polo de diamantes—, por aquello de la náusea natural (¿congénita?) que por defecto me asalta cuando mi fastuosa capacidad para prejuzgar se pone en marcha, haciendo lo suyo como un mecanismo automático sin relevancia —quiero decir, asumido— que se ejecuta, ahora que caigo, de una manera muy parecida a como se ejecuta el hambre y el amor. Valoro la posibilidad de que todo eso sea lo mismo, sopena de algunas variaciones mínimas enfocadas en clave de complaciente (¿falsa?) pluralidad.

Se ejecuta con una metodología fisiológica, sin paripés ni aspavientos; atendiendo sin bizquear a su causa de peón —quiero decir, unidireccional—, la cual viene siempre auspiciada por el mismo desapasionamiento infranqueable de todas las tragedias, siempre tan inevitables: tal cual debe ejecutarse en Matilda el hambre y el amor, entregada a su ciclo inexorable de preguntas y respuestas entre ambos —ella y yo, las alemanas ya nada tienen qué ver aquí—, a pesar de que no compartimos idioma ni códigos expresivos definidos. A veces sí, a veces no: esto me deja frío y me pregunto, ¿qué-nos-deparará-el-futuro?

Nos entendemos, que quede claro: pero no mutuamente, según me deja entrever cada vez que me ignora a lo lejos con total noción de causa —yo colgando de alguna rama, con un trozo de fiambre posado en el hombro como un galón, llamándola por un nombre del que no ha dado nunca ninguna sentencia de propiedad— y piensa algo. Normalmente después de haber comido, algo que me sonroja y me humilla a partes iguales, ambas en abstracto. Piensa (o creo que piensa) algo que yo, sexo débil de esta relación, ni se me pasaría por la cabeza. Jamás, ni después de la mejor de las cenas. Ni con todo el Mundo en mi estómago. NUNCA. 

      Por obvio que pudiera parecer, es ahora —últimamente— cuando me siento por vez primera en el cénit del drama.

Vive dios que Matilda lo sabe. Probablemente por eso me mira así. Algún atajo, digo yo, hacia una especie de Estado de Pleno Derecho que soy incapaz de vislumbrar. Aún menos de entender, de saber lo más mínimo sobre su contenido, si es páramo o laberinto o algo que no puedo concebir porque mi mente no es la de ella y ella no necesita palabras para hacer existir sus propios significados.


Las palabras son para Matilda lo que para mí vkjex--eehd sksis2 ññññ- orrewasssh. 
     Ni eso. 

Me pregunto cómo lo hace.
      Digo a parte de esas pupilas suyas, nacidas para dominar.



MOVIMIENTO 02 :: 28082015

Enfrente, en otro vagón de metro, dos chicos muy jóvenes —¿veinte? seguramente menos— conversan sobre lo que parecen ser cosas de trabajo. Uno de ellos, que realmente parece un crío de quince años recién cumplidos, se dirige a su compañero con una vehemencia antinatural. Es monstruoso: como si dentro de ese cuerpecito de ratón vestido de boda se escondiese el espíritu vengativo de un comercial demoníaco, el alma de un vendepisos vikingo que murió en extrañas circunstancias antes de completar su misión en el mundo y que, por la razón que fuere, no pudo propinarse un recipiente mejor para cerrar su círculo en esta vida.

Habla con ojos abúlicos, fijos en el otro, impertérrito y monocorde sobre asuntos que nunca deberían formularse —no así— a través de esa boquita de chupagomas empollón dos cursos por delante de los de su edad. Porque si algo tengo claro es que hay muy, muy pocas probabilidades de que el chaval sea así de buenas a primeras: la hipótesis de la posesión cobra fuerza.

Ambos van vestidos como si fueran a enterrar a sus padres, pero con un ligero toque primaveral. Planea sobre ellos un sentimiento eminentemente trágico, un borrascoso nudo estomacal que —pronto me doy cuenta— me pertenece más a mí que a ellos. Sé que podría llorar en su nombre si me lo propusiera de verdad. Cosas así, según mis creencias, son las que componen el núcleo duro de un corazón generoso.

Y entonces —no sé de dónde, absorto como me hallo— un tercero irrumpe en escena. Dentro del mismo vagón pero en pleno recorrido, como si controlara el don de la invisibilidad o bien —lo más probable— acabara de percatarse desde su asiento que sus compañeros de batallón estaban allí, equis asientos a su derecha, y un sitio libre frente a ellos. A mi lado.

Su pelo es literalmente imposible —o, en todo caso, tan audaz que se escapa de mi control— y el traje le viene grande. A pesar de que no hallo en él ese mismo toque primaveral de sus compañeros, el peinado que gasta cumple con creces todas las expectativas: está, qué duda cabe, en la flor de la vida. Es un peinado como de desequilibrado, entre amenazante y chistoso. Tengo que retenerme con todas mis fuerzas para no mirarlo fijamente: intento pensar en accidentes de coche y en tejados cubiertos de ancianas tejas mohosas bañadas por un provinciano sol de agosto —casi siempre funciona— y, sin abandonarme del todo a mi maniobra de autodistracción, calibro la posibilidad de estar presenciando un auténtico choque generacional. En primera persona. De nuevo, me pertenece más a mí que a ellos.

El quinceañero poseído se enzarza con el del pelo demencial en una conversación rebosante de energías renovadas. El del medio, un latino de cara redonda y dentadura tallada en piedra, solo sonríe y balancea su atención de uno a otro de sus compañeros. ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad de atención de un ser humano? ¿Acaso puede alguien encontrar la muerte por prestar demasiada atención a algo? El aire acondicionado del vagón huele a gas y el traqueteo hace que mis rodillas vayan dándose golpecitos mutuamente. Todo el conjunto de factores a mi alrededor bien podría ser interpretado como una señal inequívoca de que algo realmente malo está a punto de suceder. No me preocupa, en absoluto: he tenido esa misma sensación muchas veces antes y nunca pasó nada. Que yo recuerde.

No puedo evitar pensar que ahora mismo me miran de reojo. Que, mientras parafrasean los versículos más populares del Gran Jefe de Departamento, intercambian entre ellos un leguaje no verbal a propósito de cualquier cosa en mí que les haya llamado negativamente la atención. Según la opinión de algunas personas muy próximas a mí, tengo esa clase de potencial. Una vez me dijeron que era como uno de esos silbatos para perros, inaudibles para los humanos pero irresistibles para aquellos predestinados a su frecuencia.

Yo también miro de reojo. Mientras lo hago —entrecerrados los ojos,
inequívoca señal de suspicacia—, me paso la lengua por la encía. Despacio y con la boca cerrada, abultando el interior del labio superior de izquierda a derecha. Entiendo que se trata de algo formal, por si acaso: pongo en ello todos mis recursos y me concentro al máximo en hacer llegar mi mensaje.

Cuando de repente se bajan a la siguiente parada, quiero entender que he ganado. Si bien en ningún momento ha habido un contacto visual directo, no me hace falta tener poderes para saberlo. Cuando me giro para recoger mi trofeo —esto es, mirar a través de la vidriera del vagón como huyen, mirando por encima del hombro para comprobar si les estoy siguiendo—, lo que veo me desconcierta muy en serio.

No, no se giran. Siguen hablando entre ellos. El chico latino ríe gozosamente —ya no veo sus colosales fauces de ídolo azteca, pero sé que siguen ahí— por algo que le está contando su colega, el Asesino del Peine. El quinceañero poseído, por su parte, agita un papel ante sus ojos y en su rostro no ha habido variación alguna: misma parsimonia argumental, mismas rendijas oculares. Están en calma. Y me IGNORAN de una forma demasiado ROTUNDA como para dejar NINGÚN lugar a dudas.

Como no soy idiota, sé que algo ha salido MAL. Y no puedo evitar pensar en la posibilidad de que —pudiera ser que— aquellos muchachos no hubieran reparado en mí JAMÁS. Como si yo nunca hubiera existido. Como si todo hubiera pasado únicamente dentro de alguna de las celdas incomunicadas mi cabeza —arquitectura imperante— y... Eso, no sé. Ahí es cuando me bloqueo, de hecho. A veces es así.

Tardo aún unos instantes en recolocar la lengua en su original posición de descanso. Cosa que, no sé por qué, me recuerda que cuando me baje en mi parada y salga de las instalaciones, seguiré sin tener una moneda en el bolsillo para agenciarme una cerveza decente.

En ese momento, deseo estar muerto. Pero no va en serio. Solo se trata de un efecto colateral derivado de la incertidumbre que pesa sobre mi cometido.