miércoles, 27 de junio de 2018

LA LEYENDA DE YOVERAK Y SU ABUELO


Hace poco descubrí una leyenda popular, al parecer muy antigua, que me habría sido de gran ayuda por aquel entonces. En realidad, es un cuento —y ya sabéis lo que pasa con los cuentos, con lo que nos cuentan—. Pero entiendo que la consideren más una leyenda popular que propiamente un cuento, ya que su valor metafórico tiene un bagaje añadido de liturgia que lo eleva a un nivel ligeramente superior. Situado en plano religioso, si así se quiere ver. Su mensaje no es solo una ficción que incluye una constatada lectura entre líneas: su aplicación, naturalmente más altiva, abarca niveles más propios del Corpus Social Absoluto que de individuos puntuales con ínfulas didácticas y querencia por la —siempre sobrevalorada— tradición oral. 

La leyenda dice lo siguiente:


Cuentan que, hace muchísimo tiempo, cuando las montañas todavía no habían crecido y las nubes eran apenas gasecillos agitados con ganas de recorrer mundo, un abuelo y su nieto salieron a cazar. El abuelo, un hombre sabio y muy respetado dentro de la comunidad, había tomado bajo su responsabilidad la educación de su nieto, que apenas había empezado a experimentar los espasmos hormonales de la pubertad. El chico se llamaba Yoverak, y ante todo quería que su abuelo se sintiera orgulloso de él. Lo obedecía en todo, observaba sus maneras con gran detenimiento y se aplicaba al máximo en todas sus enseñanzas. Algún día, cuando fuera mayor, iba a convertirse en un guerrero sabio y honorable como su abuelo.
     Esa era su vida, en eso pensaban y a eso se dedicaban: el abuelo enseñaba y el nieto aprendía.

Habían partido de su aldea natal con la primera luz de la mañana, con la idea de llegar a los bosques antes del mediodía. En los bosques vivían todos los animales de la creación. Convivían en equilibrio, el ciclo de la vida se completaba satisfactoriamente cada año. Nuevos nacían, viejos morían. Algunos servían de alimento, otros se dedicaban a abonar con sus heces la tierra para que volviera a brotar la vida, y entre todos mantenían un sistema en harmonía y perfecta interacción.

Cuando el abuelo y el nieto llegaron cerca de la entrada a los bosques, se sentaron al lado de un arroyo y abrieron sus zurrones. El nieto sacó del suyo una mazorca de maíz tostado, un pedazo de carne salada envuelto en pétalos de umalqztlap, y un antifaz dorado. El abuelo sacó del suyo una bota de cuero rebosante de licor dulce,
una navaja, un collar de colmillos, un par de pergaminos enrollados y un carboncillo. 
      Ambos dejaron reposar sus arcos y carcajs sobre la hierba fresca.

El nieto, que no había dicho ni una palabra desde que habían salido, mostraba en el rostro una expresión taciturna. El abuelo, reparando en sus mohines, le preguntó: “¿qué sucede, joven Yoverak?”
 

Sin apenas valor para mirar a los ojos de su abuelo, el muchacho respondió en voz baja: “es que no quiero. Hoy no, abuelo, por favor”.

“Pero, ¿qué me dices, joven Yoverak? ¿A qué se debe tan repentina pereza?”, le inquirió su abuelo, mientras desenrollaba cuidadosamente los pergaminos con ambas manos.
     “Pues eso, abuelo, que no me apetece. Es tan frío el aire de la mañana… ¡Y siempre tengo que estar mucho rato! Si sigo así voy a enfermar, creceré mal y nunca podré llegar a ser un gran guerrero sabio como tú”. Yoverak, que iba vestido con un pañal de cáñamo y un chaleco de piel de lobo, se aferraba a las ropas como si quisiera incrustarlas en su cuerpo y no sacárselas nunca jamás.

El abuelo, que no era ajeno a los temperamentales accesos de carácter de su bienamado nieto, forzó una ligera carcajada. Luego, sin decir nada, colocó frente a él los dos papiros y el carboncillo a su lado. Cuando acabó de situar los elementos en su justo lugar, abrió la bota de licor y se propinó un trago largo. Engulló durante casi un minuto, sin parar, dejando que el ardiente néctar fluyera libremente por su garganta para de inmediato aposentarse en su sedienta tripa. Cuando acabó de beber, sacó de su zurrón un grueso cigarro confeccionado con picaduras de tabaco, escamas de piel seca y cabellos cuidadosamente seleccionados de entre los seis hombres más bellos y vigorosos de la tribu. Lo encendió con una yesca que rascó en la piedra, le propinó una profunda calada. Retuvo el humo durante más de medio minuto. Le lloraban los ojos. Su nieto, que conocía bien el ritual, se sentó de espaldas frente a él. El abuelo, cuando tuvo enfrente de su boca la joven nuca de Yoverak, dejó ir lentamente el humo sobre ella. En un instante, la cabeza del joven Yoverak estaba rodeada de una densa nebulosa blanquecina. Intentó no toser, pero no pudo evitarlo.

“Joven Yoverak… Me decepcionas”. El abuelo, al escuchar la tos ronca de su nieto al verse expuesto a la nube de cigarro, lo agarró del pelo y se lo estiró hacia atrás. El cuello del joven Yoverak se tensó en un arco, al tiempo que sus facciones se contraían por la presión. “Aaah, Yoverak… Así es como tratas los regalos de tu abuelo, despreciando mis enseñanzas más preciadas”.

Yoverak, apenas sin poder mover la cabeza, intentó virar la mirada para encontrarse con la de su abuelo: “abuelo, gran vergüenza me consume, no era mi intención toser el humo usado de tu cigarro… Ruego tu perdón, he sido indigno pero habré de compensar mi falta con creces, cumpliendo tus designios hoy y siempre”.

“Ya veremos, joven Yoverak, si así ha de ser. Entonces, ¿has cambiado de parecer? ¿Ya has vencido a la maligna pereza que ha intentado alejarte de tus sagradas obligaciones?”, preguntó el abuelo, soltándole el pelo como si dejara ir un puñado de espigas después de haberlas desgranado. “Sí, abuelo. He vencido al demonio de la pereza”, contestó su nieto, aliviado por haberse liberado de la presión de aquellos huesudos dedos de Toktamqentzal.

“Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Está todo preparado… No perdamos más tiempo, joven Yoverak, porque si no el calor del mediodía nos robará las mejores presas de los bosques”.

Yoverak empezó, pues, a hacer lo que le pertocaba. En primer lugar, se puso el antifaz dorado. Tras quedase completamente desnudo, se mostró por completo frente a la rigurosa mirada de su abuelo. Se puso de cuclillas, dejando sus genitales colgando entre las piernas, y empezó a dar saltitos de rana. El abuelo, que en ese momento ya había empezado a ponerse cómodo y con su collar de colmillos rodeándole el cuello, retomó su cigarro y bebió más licor de su bota, alternando caladas y tragos, mirando fijamente a su hermoso nieto con la mirada atenta del que se sabe al mando de la situación.

“Salta, salta Yoverak. Date la vuelta… Las nalgas. Ábretelas, déjame ver cómo van las cosas por ahí”. Yoverak, haciendo alarde de una obediencia incondicional, se dio la vuelta y se abrió las nalgas con las manos, dejando que la luz del día bañara su esfínter. Movió un poco las caderas, sin soltar las nalgas en ningún momento. Abrió un poco más las piernas.
      “Ah, joven Yoverak… ¡Empiezas a tomar formas de gran guerrero! Cada vez lo tienes todo más oscuro, ¡demos gracias a los dioses de la aldea! ¿Sientes los latidos del corazón en la cabeza de tu pequeña culebra?”

El abuelo, enrojecido por la caricia del agua de fuego, empezó a bocetar sobre el pergamino. “No te muevas ahora, joven Yoverak, porque estoy capturando tu espíritu… Baja un poco más la espalda. Más abierto… Más. Un poco más. No seas perezoso, Yoverak, te lo advierto, o nada de esto servirá para nada”.

Durante un buen rato, el abuelo estuvo retratando a su nieto Yoverak en escorzo. Dado que sus ojos ya no eran lo que fueron en tiempos, el anciano tuvo que acercar su cara hasta prácticamente tocar con la punta de la nariz el ano de su nieto. Tuvo que hacerlo dos veces, quedándose ahí durante el tiempo necesario para captar la esencia deseada. “Joven Yoverak, has de saber que tu fragancia es propia de un espíritu poderoso… El sudor afrutado y acre de los grandes guerreros baña generosamente tu herramienta. Felicidades.”

El joven Yoverak, incapaz de disimular su alegría, lanzó al aire su grito de guerra a pleno pulmón. Luego, abuelo y nieto tomaron un refrescante baño en la parte profunda del arroyo, secaron sus cuerpos desnudos al sol y se dispusieron para la jornada de caza.

Al llegar a la entrada de los bosques, vieron como un cervatillo comía brotes tiernos en campo abierto. Ajeno a cualquier peligro, aquel jovial animalito parecía ser la representación misma de la felicidad en la tierra.

El abuelo, al divisar la pieza, le dijo al joven Yoverak: “ése de ahí. Mátalo”. El joven Yoverak, que conocía bien las leyes de los bosques, se quedó dubitativo ante las indicaciones de su abuelo.
   “Abuelo… ¿No deberíamos dejar que se hiciera adulto? Matar a cervatillos no es bueno para los bosques, pues las crías son las que en un futuro habrán de procrear para mantener el equilibrio de…”

“Que lo mates”. El abuelo cortó en seco el razonamiento de Yoverak, impidiéndole finalizar su argumento. “Mátalo, ya. Dale con una flecha en el muslo. Y luego otra, en el otro muslo. Hay que impedir que escape”. 

Yoverak se quedó patidifuso. No sabía cómo debía reaccionar: su abuelo, sabio mentor y modelo a seguir, estaba pidiéndole que hiciera algo que estaba MAL. Además, ¿en los muslos? ¿Por qué no hacerlo, en todo caso, directamente en la cabeza o en el pecho?

“Yoverak… A ver si nos entendemos”, profirió el abuelo, con tono marcadamente inquisitorial. “Quiero que cojas esta flechita, que la pongas en este arco tan fabuloso que YO, sí, YO te regalé para tu último día del nacimiento, que apuntes a ese hijoputa y que se la claves en el M-U-S-L-O. ¿Sabes lo que son los muslos, verdad? Tú tienes dos bien preciosos, fíjate”. El abuelo, manoseándole y pellizcándole en el interior de los muslos, se acercó a Yoverak tanto que el joven sentía el aliento de su abuelo abrasándole las mejillas. Era caliente, olía a alcohol y jugo gástrico. Yoverak estaba paralizado, su mente y su corazón nunca antes habían estado tan contrariados.

El abuelo, al ver que su nieto no reaccionaba, prosiguió con su diatriba: “Yoverak, Yoverak, Yoveraaaaaak. Me estoy poniendo de muy mal humor. Sabes… Me da la impresión de que no va a ser posible eso del “gran guerrero”, del “espíritu poderoso”… Porque ahora mismo, Yoverak querido, estoy… Estoy dándome cuenta de que eres PEOR QUE UNA MUJER. Coge el arco, Yoverak. Coge la puta flecha, ahora. Quiero… Te EXIJO, como tu maestro y tu respetable, que le claves a ese desgraciado un buen pinchazo en cada pata. En CADA PATA, Yoverak, y más te vale que le lleguen hasta el hueso. Porque, como no lo hagas y eso sea AHORA MISMO, te voy a convertir en una mujer. ¿Sabes cómo se usa a una mujer? No, claro, tú que coño vas a saber, si te bajaron los huevos antesdeayer. Pero ya te enterarás, vaya que sí. Te vas a enterar cada mañana, tarde y noche. Porque como no hagas lo que te digo, te aseguro que no te vas a poder sentar en una canoa en meses, ¿te queda claro? Voy a dejar que te usen todos como si fueras un joxqlamezqtol de fregar chozas. Y adivina. Vas a tener que llevar doble pañal el resto de tu miserable vida, Yoverak, porque me voy a asegurar de que en la boca de tu cueva te quepa un oso a dos patas”. 

El joven Yoverak, que a duras penas lograba contener las lágrimas, miró a su abuelo con los ojos rotos de un adulto. Por primera vez, en su mirada podía descubrirse el pálido velo que, una vez nos amortaja en vida, nos acompaña hasta la muerte, mostrándonos el camino. Esa mortaja, ausente de toda luz y opaca como agua de pantano, había entrado en él como un desfile de ciegos. El frío tacto de la punta de la flecha entre sus dedos, gomoso el arco bañado en ámbar; sus tintineantes testículos de niño hirviéndole, contraídos por los nervios y la crispación del atolladero. Y su abuelo, esperando a que se decidiera a crecer de una vez, o bien convertirse en mujer.

Yoverak tensó finalmente el arco. Apuntó, disparó la flecha y ésta se clavó con una estocada seca en uno de los muslos traseros del cervatillo. El animal, súbitamente atropellado por el dolor, se dobló sobre sus patas delanteras. Yoverak echó mano de su carcaj y extrajo una segunda flecha, que acabó por clavarse en el nacimiento de una de las patas delanteras. El animal aulló de dolor, y viéndose herido de gravedad intentó revolverse en una fallida maniobra de huida.

“¡Ja! Míralo, ¡valiente cabrón!” Grito el abuelo entre gorgoteos de satisfacción. “Se piensa que va a ir a alguna parte, menudos cojones… ¡Yoverak, ven! Vamos a acercarnos, ¡corre! ¡Antes de que se desangre demasiado!” 

Yoverak y su abuelo se acercaron al trote hasta donde yacía el cervatillo herido. Cuando llegaron a su lado, el abuelo empezó a golpearle el hocico con el mango de la navaja. “Mira Yoverak, mira como le chorrea el hocico… Si les das fuerte y seco en el hocico, es para ellos peor que para nosotros una patada en la entrepierna. No lo soportan, ¿sabes? Mira, mira como se le arruga… Toma, prueba tú”.

Yokerak cogió la navaja por la hoja y, tras unos instantes de indecisión —que rápidamente fueron señalados por el ceño fruncido de su abuelo, a modo de último aviso—, empezó a golpear el hocico del cervatillo. Cada vez que le asestaba un golpe seco en la punta, el cervatillo emitía un sonido gutural profundo, ahogado. Sus ojos se licuaban hasta dejar caer las lágrimas. Yokerak, en algún momento, empezó a golpear con cierta noción musical: ta, ta-tá, tat-ta-tá, ta, ta-ta-tá… El abuelo, que de mientras iba revolviendo la flecha dentro la herida de la pata trasera, estalló en una sonora carcajada.

“¡Muy bien, chico! Así se hace, ¡con ritmo, joder! ¡Dale con la punta afilada, a ver si le gusta! Vamos a ensancharle las fosas al mamonazo, ¿qué te parece?”

Y así fue como pasaron el día, Yoverak y su abuelo, justo en la entrada de los bosques. Estuvieron hasta que la tarde se volvió naranja: el cervatillo había muerto horas antes, pero ellos encontraron variadas formas de aprovechar el material.

De mientras, en su aldea natal, el ejército de colonos ya había acabado de masacrar diligentemente a todos los hombres adultos, disponiéndose a violar a las mujeres y esclavizar a los niños.

Fin.

lunes, 18 de junio de 2018

EXTRACTO 22: EL GRAN SECRETO DE CÁNOVAS DEL CASTILLO (Exclusiva)


Don Cánovas en Frescura (imagen de archivo)

"Desde los históricos criptogramas (originalmente llamados umbrales) de los Sumarios Reales atribuidos a la II Dinastía Ab-Ruiz Montornés (ubicada en algún momento entre los años 1208 y 99 a.C), no se habían detectado literaturas ocultas bajo un sistema tan sofisticado e intrincado como el usado (¿y acaso creado?) por Don Cánovas. Esto es, y valga como prístina asunción teórica oficial y consensuada unánimemente por los especialistas aquí presentes: de la primera a la última página de su obra, las palabras (y, más concretamente, las letras) se extienden a lo ancho y largo de los muchos párrafos que componen su discurso escrito, llenando así la totalidad de páginas comprendidas en cada volumen. Esto, no nos engañemos, pasa casi en todos los libros y obras impresas basadas mayoritariamente en textos. Ahora bien. En el caso de Don Cánovas, si reordenamos un número suficiente de letras incluidas en su obra bajo reglas de riguroso cumplimiento, antes o después obtenemos un mensaje que se va dibujando como una constelación de trazado casi quirúrgico. De la misma forma que el impecable mecanismo de un reloj: una vez éste se pone en marcha, se somete automáticamente a un pulso de parámetros matemáticos de indeleble prestancia, señoriales al máximo, tal y como cabría esperar de una mente tan espectacularmente lubricada como la de Don Cánovas. Tal y como el segundero mueve al minutero y éste mueve a su vez la manecilla más corta (que, por eliminación, es la encargada de apuntar las horas), la impactante excelencia criptográfica de Don Cánovas nos va guiando por entre delicadísimos entresijos a seso y fuego hasta llevarnos, en el mejor de los casos, a la obtención de un mensaje nuevo, completo en fondo y forma."


(Extracto del Extracto 22, documento inédito originalmente hallado
en [clasificado] y expuesto a la luz en este blog por vez primera). 



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EXTRACTO 22 (COMPLETO, REPRODUCCIÓN FOTOGRÁFICA ORIGINAL):





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domingo, 10 de junio de 2018

DA CUCUTRASH // Couché Nightmare 09062018


Amphetamine Refugee

Ángulo Muerto

Esto va a salir F-E-N-O-M-E-N-A-L

Hardest Pitote (Da Cucutrash)

Razorback de Henares

Headshot

La Higiene Amorosa de Antaño

Madre Soltera (Nivel: 3)



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