miércoles, 26 de diciembre de 2012

VIDAD! FELIZ NA



"Look up for g(o)od!" Ilustración digital, 24x39 cm. 2012.

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1.
No haré la digestión nunca más. Es decir, esto es estructural y estricto, para siempre. Por lo que me planteo si escogí bien el sector de mi condena: de la duda parte la duda que de interrogarte/me se nutre y así durante un rato largo.

He dicho. Nunca más. Voy a mostrarme firme. Incluso con los gases.
La digestión puede olvidarse de mí.
Por lo que os recomiendo: armadme, ya que os seré muy útil.

Pronto -pensad en el proceso que tan bien conocéis- estaré tan sumamente loco y tendré tan poco que perder en esta vida (que se me presentará inexorablemente miserable e irrecuperable) que dará hasta gusto ver con qué poco criterio estropeo los fines de semana de por vida a esos pobres solomillos de padres divorciados.

2.
No haré jamás la digestión, digas lo que digas. Ni antes ni durante ni mucho menos después de todo eso. Disparar NO es cagar: se dejan ir cosas diferentes. Y hoy, que de tanto juicio y silencio legal se me está cortando la última de puro tedio, aquí me quedo esperando. Aquí es donde me dejasteis y por mi parte digo que aparto desde ya el estar mentalmente desnudo.
Y el vientre, sí. El vientre. Todo eso del vientre.
El vientre, si me permitís, está sobrevalorado. Dormir está sobrevalorado. Vivir sin que las infecciones del alma hagan de tu vida la peor cagada de mono que jamás haya visto la luz del sol, eso también: todo sobrevalorado. Pena me da. 

Y qué he de decir. Si tanto te molesta ver cómo me hincho de mi propio cemento, hazme sentir de verdad. Hazlo, eso sí, donde debes; y prepárate para lo que vendrá, una vez liberada la voz del pueblo.


3.
Todo el mundo espera que el poema sea del tipo "y ahora le rompemos el alma a la silla del abuelo y tal". Yo, en esto, veo lo nervioso que se ha puesto el hermano cuando te ha pujado a la alza -haz el favor de tenerlo en cuenta- frente a unos desconsiderados que, al parecer, no suelen leer poesía. Asesinos, gente que disfruta abriendo la carne de los demás. Asuntos de los que ya no se habla en la mesa. Pero no hay forma de echarle el telón a esto, pues ya lo dice muy claramente la canción: "Sobre las piernas / Pepperoni / gorda desagradable / vamos hasta allí como los negros de la serie "Raíces" / no debe saberte mal fenecer / fumar crack y comer sandía es opcional".

Traviesa, traviesa, travieeeesa. Esperas ser tema de poema, una puta al margen de su condición de puta. Tampoco te hemos dado tan fuerte, y ni uno en la cara. Levanta, y a cambio
te versifico
la historia:
que no nos pueda tu hedor
pues tu inmovilidad es falsaria
por eso nadie
va a llamar a nadie.
Nosotros
nos
vamos
ya,
¿vale?


4.
Poco me queda si meto la mano en el saco de lo que me pasó.
Me pasó, meto la mano y pienso "hombre, tampoco te engañes. No esperes tocar algo nuevo, porque todo esto del saco -tan mórbido, cierto- es un todo que ya te pasó."

Porque precisamente me queda poco y ahora -por decir algo- estoy del todo sumido en esto, digo que traigas a esas que conoces. Las traes, mis padres cierran la puerta para siempre, el perro empieza a exhalar gas, los cristales son super-suizos de repente, y para colmo todo esto queda tan absolutamente lejos de cualquier parte y sin norte, ni un poco siquiera. Las traes y lo inútil de mi gesto, el gas. También el perro, pero menos.

Madre, dame mi picha. Hablémosle al mundo de una vez.


5.
De repente, va y es eso: todo empieza a olerte, como si fueras parte del menú. La avalancha muestra unos modales insólitos y tras los barrenos esperan nuevos comensales que, como el eco, prueban de imitar la gracia de un primer golpe.

Están los que humedecen el suelo y los que manchan la pared. Algo se dice y se dice sin rencores, pero de tardío ya no sirve; es más, molesta.
Te huelen, te olfatean como a un coño o como a una mierda fresca. Y quiero pensar que esas caras provienen de su inapetencia. Pero, percátate: date cuenta de que hay quien siempre se reserva para los postres.


6.
De primero, sopa de sudor. El aceite virgen, esa gran incógnita, nos hace reconocer de buenas a primeras que cierto es: ha habido premeditación.

Va a ser imposible despegarse de la doctrina que se impone a través de lo idealizado. Y, siendo franco, dudo que sumergirse en otro pantano desconocido (de fondo aún más desconocido, si cabe) vaya a resolver la parte importante de esto.

Piensas, piensas ante la sopa de sudor y finalmente paseas la cuchara justo por debajo de la primera superficie, esa capa de grasa y de ti, ese tú suave como lo fuiste antes de darte cuenta de quién eras. La cuchara recorre el cuenco como una lancha conducida por imbéciles, llenándose hasta que su cuenca rebosa. Entonces es cuando te flotan los tratos hechos y las mentiras que creíste piadosas.

Tragamos antes de hablar, como es de ley. Y que me parta un rayo si no es cierta la mentira: labios que empiezan a bailar solos, como hacen los locos de pueblo en las esquinas de la verbena.


domingo, 16 de diciembre de 2012

HABLEMOS DE COSAS BELLAS



"The Guardian". Rotuladores sobre papel. 21x29cm.


Es difícil no hablar de dinero. También lo es verte por ahí un buen día delante de todos como un avestruz sudoroso y torpe en el centro de esta ciudad. Pidiendo auxilio como lo haría un avestruz, dando igual e incluso peor. Pero es más difícil no hablar de dinero.

Es difícil no ver en el dinero cosas maravillosas per se; no me siento en absoluto tentado de hablar mal del dinero. Es muy fácil hablar mal del dinero, y es aún más fácil no tenerlo. No veo nada desagradable en el dinero, por lo que me es difícil no hablar de él. Y esto es porque, como sabréis, me dedico al negocio de la belleza. Todo lo que es hermoso me concierne, incluido el dinero. Sobretodo eso, el dinero.

Los billetes son incluso mejor, más majestuosos y simétricos que las monedas. Que no se me mal entienda: no estoy refiriéndome a los proverbiales valores preestablecidos del dinero. Todos los billetes son igual de hermosos y pueden ser amados y reverenciados por igual independientemente a su valor preestablecido. Es difícil no hablar de los valores preestablecidos, pero haremos un esfuerzo.

Hablo de eso que irradian las cosas bien pensadas. El dinero, algunos monumentos, las nuevas playas... Gozan de cierta ventaja respecto a otros particulares de proyecciones más sutiles, laterales y ténues. La gente que visita París, por ejemplo, prefiere fotografiarse bajo la Torre Eiffel que posando a las puertas de un concesionario de coches de segunda mano situado en un punto cualquiera a las afueras de la ciudad. Y prefieren hacerlo con dinero en el bolsillo. Hablo de esa ventaja que hace mucho más hermoso a los ojos de cualquiera un ingente fajo de billetes que un tramo específico de cableado provisional o, sin ir más lejos, una jeringuilla abandonada cerca de un jardín de infancia.
El ejemplo del cableado provisional, si bien resulta paradigmático (por razones que ahora no vienen al caso), es en realidad uno de muchos. Hay muchos. Una infinidad de ejemplos. Es casi enfermizo. A veces, tener que estar continuamente pendiente de todos esos focos de bellezas discretas -nominarlas, catalogarlas, manosearlas si se tercia-, es más tarea de un vigilante que el oficio de uno de los muchos integrantes que configuramos las centurias de a pie.

Es difícil reconocer que, cuando uno no tiene dinero, se levanta mucho más triste por la mañana. Y viceversa. Es fácil darse cuenta que es difícil encontrar una hermosura estética equiparable en lo que normalmente nos rodea y no es propiamente dinero. Las baldosas nunca podrán ser tan visualmente plenas como lo es un billete recién impreso. Incluso los billetes muy usados, con rastros de sangre en los bordes y desfigurados por el roce, son naturalmente más lindos que el pan carbonizado, los pelos enredados en el desagüe y las marcas de nudillos en la pared. Y no es que no sea ciertamente bonito romperse la mano contra la pared o untar con mantequilla rancia todo ese pan mohoso que no te atreviste a desechar. No cabe duda que esas cosas son, a su manera, portadoras de una belleza en absoluto desdeñable. Pero, hagámonos una pregunta e intentemos ser honestos: ¿cuántas manos deberías romperte contra el estucado para llegar a la armonía inherente en un montículo de billetes de curso legal sobre la mesa del comedor? Pensemos en esa mesa, sin ir más lejos. Y comparad mentalmente la imagen de esa mesa sin nada encima con la imagen de la misma mesa luciendo sobre ella un castillo de fajos de billetes formando una pirámide escalonada, tipo Maya. Es fácil darse cuenta que, si uno no cuenta con fuentes de hermosura de primer orden, es difícil sumar una cantidad similar de belleza acumulando los aportes de realidades menos dotadas. Y, aunque esto se lograra, nunca sería lo mismo. Es como comparar unos pulmones enteros con dos globos de colores pegados a una pajita. París solo tiene una Torre Eiffel, y sin embargo los concesionarios de coches de segunda mano pueden contarse a cientos, quizás miles. Pero, ¿qué es lo que busca la gente? La gente quiere que el torrente estético venga de los mínimos propulsores posibles, consiguiendo así que el imput recibido resulte lo más creíble, sólido y consecuente posible. Y es por eso que, tanto en las postales que se mandan a los familiares como en las formas de los objetos de recuerdo que uno compra cuando va a París sea más frecuente reconocer en ellos la forma de la Torre Eiffel que cualquiera de los perfiles arquitectónicos que se gastan los dichosos concesionarios de coches de segunda mano. Que nadie se lleve a engaño: la gente no es idiota, y sabe diferenciar cuando algo es pura sangre de cuando es un quiero-y-no-puedo. 

Es difícil reconocer y hacerse cargo que pudiera ser que los tiempos pasados fueran mejores. Lógicamente, somos fanáticos de nuestro presente. Hecho que fue siempre deja ese sabor en la boca de haber dejado escapar algo. Estás aquí abajo, totalmente en presente. Eso es difícil. Pero es fácil darse cuenta que todo sería peor si las playas hubieran seguido como siempre, desordenadas e irregulares, cubiertas de arena poco práctica y orillas atestadas de socavones. Siempre hay belleza en los ojos de quien quiere buscarla; la belleza es parte de un todo que depende precisamente de la cooperación de todas sus partes para funcionar como es debido. Afortunadamente, el dinero sigue dándonos la oportunidad de conocer la auténtica armonía, pues es su forma y su ligereza estructural la que nos permite diferenciar las calidades de los bultos que se acumulan como racimos de grasa alrededor de nuestros cuellos. Antes, nuestro dinero era más hermoso, más humano. Más renacentista. Había una preocupación por recuperar referencias, trabajar la fisionomía e incluir en ellos una lectura poliédrica capaz de hablarnos de perspectiva histórica, filosofía clásica y simetrías faciales. Es fácil recordar nuestros billetes de antes, en los que pioneros de electrizantes trascendencias nos recordaban que la auténtica belleza -siempre y cuando partamos de los ideales clásicos- deviene del propio ser humano. Y de algunos más que de otros.
Actualmente, nuestros billetes son básicamente racionalistas y evocan naturalezas muertas. Aún así, siguen siendo infinitamente más bellos que un escape de gas o una bisagra recién engrasada.

Es difícil matar a una vaca a puñetazos. Como también lo es que te vuelva a crecer una pierna una vez ha sido amputada. Pero debemos buscar siempre en nuestros corazones, porque es ahí donde el dinero, algunos monumentos y las nuevas playas generalmente encuentran ese cálido reflejo con el que se inician diálogos fértiles y responsables. Fértiles, porque cundirá el ejemplo: así es como avanzan las civilizaciones. Y responsables, porque está en nuestra mano preservar la belleza en su forma más pura, evitando que se contamine con efluvios provenientes de bellezas secundarias. Las bellezas secundarias son envidiosas, eclécticas y normalmente irregulares. La necrosis, las paredes de pladur que separan los departamentos de cualquier oficina de gran tamaño y los setos mal podados son ejemplos claros de bellezas secundarias. No necesariamente viles, pero siempre inquietantes. 
El dinero nos enseña, de la misma forma que lo hacen algunos monumentos y la mayoría de las nuevas playas, que siempre puedes probar de matar a una vaca a puñetazos. Si nuestra voluntad estética es sincera, buscaremos esencias paralelas, arquetipos portadores de fórmulas maestras. No te conformes: si te han amputado una pierna porque has tenido un gravísimo accidente de moto y ha sido imposible reparar el daño, usa lo que queda de tu pierna amputada para golpear a la vaca. Es fácil. Primero por un lado, luego por el otro. Hay que desangrarla por el hocico. De nada sirve golpearle el abdomen. Hay que incidir en el hocico de la vaca. Eso es lo que uno aprende tras unos cuantos años trajinando con la hermosura. Os puedo prometer que algo crece dentro de ti, una luz o lo que sea, cuando la vaca cae al suelo como un peso muerto y automáticamente piensas en dinero. Billetes, cientos de ellos, acariciándote sin egoísmos ni tramas encubiertas. Te están diciendo "estamos aquí, puedes parar de golpearle el hocico a la vaca". Lo tienes: el corazón en un puño, un corajoso monumento al fondo y un paseo colindado de palmeras que te conduce a una playa recién reconstruida, recta como la hoja de una espada, llena de gente que ha aprendido a no juzgar a una infección cuando se conoce que es sincera. Veraneantes a los que no le va a importar que ese muñón ennegrecido que ya empieza a saturarse de pus sea la causa de una muerte agonizante e indeciblemente dolorosa. Eso, eso es precisamente la belleza. Esa es la llave. Es pureza. Porque incluso el pus será limpio entonces. Sol y buen tiempo para los restos.

Es difícil evitar licencias poéticas como la incluida en el párrafo anterior cuando se habla del tema presente. Sin embargo, es mucho más fácil entenderlo a partir de la experiencia pragmática, por lo que es sumamente importante tener dinero. Sobre todo billetes, aunque las monedas sean un complemento ineludible para completar el marco irisado de la armonía propia de las cosas bien pensadas. Dicho esto, solo queda añadir que tenemos a la disposición de quien la requiera una completísima lista de casos perdidos y objetos falsarios que poco o nada tienen que ver con el dinero. Personalmente, recomiendo la incrustación de dicha lista en el inconsciente colectivo de nuestros jóvenes, ya que de entre sus filas surgirán los próximos responsables encargados de que la belleza no se pierda, se disipe o se pervierta. Jóvenes que, si bien ahora solo pueden preocuparse de no eyacular sobre la sopa y de diferenciar -no sin ciertas dificultades- el jugoso y frágil hocico de una vaca de un accidente múltiple en autopista con cuatro muertos y diez heridos, serán algún día los encargados de proteger la simetría de las grandes fortunas y de los monumentos que vendrán, para celebrar con su magnificencia los pormenores de una civilización con cada vez menos cableados provisionales, portadores de repulsivas asimetrías y, lo que es peor, a la vista de cualquiera.


jueves, 13 de diciembre de 2012

jueves, 6 de diciembre de 2012

YO TAMBIÉN TENGO DERECHO A MENSTRUAR

Por la presente, declaro:
Yo Ricardo Übeda de Santamaría, natural de Valladolid, a la edad de 33 años clamo por mi derecho a menstruar.

A pesar de la herencia falócrata que precede mi existencia hasta el momento presente, me veo en posición -y, lo que es más importante, en la urgente necesidad- de exigir a la providencia las dotes precisas para tener, como mínimo, un ciclo menstrual al mes. Una regla abundante, con dolores abdominales que me aten de una vez por todas a la tierra. Ser partícipe de ese ritual colectivo que en principio se acota a cal y canto en los dominios exclusivos de la feminidad, condición inherente a toda hembra adulta que no se halle en un estado demasiado avanzado de anorexia.

Soy consciente que esto no va a ser un camino fácil de recorrer, y muchos serán los obstáculos que mis ambiciones tendrán que sortear con toda la pericia que esté en mi mano para llegar finalmente a coronarme en mis objetivos. Para que nadie erre en su juicio ni cometa la equivocación de anticiparse a los pormenores que determinan la legitimidad de dicha empresa, quiero dejar aquí y por escrito algunos particulares que a buen seguro me acercarán a la comprensión y benevolencia de a quien pueda interesar.

Como Ricardo Übeda, natural de Cabo de Gata, mi vida ha transcurrido con una normalidad tan pasmosa como frustrante. Y no ha sido hasta hoy día que he caído en la cuenta de que no es lo que tenía lo que realmente quiero para mí. Os cuento.
No demasiado bueno en los estudios, tan pronto cumplí la mayoría de edad tuve que buscarme un empleo honrado. Si bien la presión familiar no era poca, una vocacional predisposición al sacrificio fue la principal causa de que dirigiera mis intenciones al sector de la construcción. Pasé como encofrador los primeros cuatro años de vida laboral, y durante ese periodo forjé algunas de las amistades que en principio -cruel ironía- habrían de perdurar a lo largo de mi vida, hasta hoy. Rodeado de hombres francamente rudos, embrutecidos y muy poco dados al diálogo, pronto encontré en las peroratas de extrema derecha un refugio adecuado para mis inquietudes de por aquel entonces. Encofrando sin parar, mis amigos y yo no hablábamos de casi nada. Tan solo nos concentrábamos cuando pasaba por nuestra zona una mujer. Independientemente de su aspecto, edad y raza, aunábamos nuestras creatividades para ofenderla lo más posible. Agredíamos con gusto su espacio vital y nos asegurábamos que nuestra intrusión no le resultara indiferente. Le prometíamos la total disponibilidad de nuestros genitales y le comentábamos entre risas cuánto de todo eso sería capaz de gestionar al mismo tiempo. Si la mujer era de raza morena, gustábamos de combinar nuestras referencias a la agresión sexual con insultos que hicieran clara alusión al color de su piel. Si era negra o marrón, la comparábamos con nuestros cagarros y le tirábamos colillas encendidas al pelo. Esto resultaba especialmente edificante si la mujer de raza negra en cuestión iba acompañada de otro negro, a poder ser de sexo masculino. Así las cosas, la coyuntura nos permitía por lo general duplicar la ración de insultos, destinándole al acompañante sendas amenazas en caso de que le diera por hacerse el héroe, mostrándole instrumentos punzantes y haciendo sonidos que intentaban imitar los gruñidos de un mono. Como éramos bastantes y nos mostrábamos muy predispuestos a usar nuestras herramientas de trabajo en su contra, siempre acababan por acelerar el paso y esconderse como ratas en cuanto se les presentaba ocasión. Hasta bastante después de haberlos perdido de vista no parábamos con lo nuestro, siempre con la sana voluntad de aliviar los sinsabores tan propios de nuestro oficio.

No sé si todo esto resulta de alguna forma relevante, porque según lo veo yo, fue al cabo de bastantes años después -durante los cuales no varié demasiado mis actitudes- que empecé a sentir cosas diferentes. Quizás fuera la transición que me llevó de encofrar a ser peón de obra, para luego convertirme en paleta. Cada vez me sentía más lejos de los objetos punzantes, y casi todos los días tenía que llevar a cabo sumas, restas, confección de listas de materiales, albaranes y un largo etcétera de ejercicios que me obligaban a forzar mi intelecto. Mi mente, antaño tan lánguida y aposentada en la comodidad de la no-acción, empezaba a engrasar ciertas partes de su mecanismo que pronto empezaron a llevarme por senderos inóspitos y, por qué no decirlo, angostos. Como paleta, el desnivel ocasionado por la ausencia casi total de ejercicio físico y mi habitual ingesta de alcoholes y alimentos de altos niveles calóricos para pasar el frío dio como resultado una incipiente panza peluda, redonda y dura como una piedra, que no dudó en rebasar por encima la cintura de los pantalones para verse así libre como un pájaro, tensando mis camisas hasta más allá de lo razonable y obligándome a ir con los tres o cuatro últimos botones de la camisa desabrochados. Julián, un chico un poco falto pero con un grandísimo corazón, disfrutaba mucho pintándome en ella caras sonrientes con los rotuladores con los que marcábamos las racholas antes de rebajarlas con la radial.

Viéndome felizmente deformado por mi ascenso en la pirámide social, pronto empecé a detectar carencias en las bases de mi realidad cotidiana, alejándome así de mis compañeros. Paulatinamente dejé de participar en los ataques directos a toda mujer que pasara por delante, y ya no sentía nada cuando le mostraba mi desprecio a la gente morenita. Esto pronto fue detectado por mis entonces iguales, que dejaron escapar el rumor que dentro de mí había algo de maricón de mierda, de soplanucas, de marrana traga-bolas. Yo sabía que no era la homosexualidad lo que empezaba a anidar en mi interior con la irrevocable intención de echar raíces. Ante el temor que les causó mi progresivo cambio de formas, no tardaron en segregarme de malas formas. Empezaron a dejar claros los límites: en cuanto tenían la ocasión, se meaban en mi mochila. Cuando llegaba por la mañana, alguien había puesto algún pequeño roedor muerto dentro de la cavidad de mi casco de seguridad. Aparecieron pintadas en tiza sobre las vallas de contención con mensajes amenazantes y rudimentarios dibujos de una cabeza -técnicamente, un círculo con dos motas a modo de ojos que en teoría debía ser yo- con un par o tres de cipotes a su alrededor. Empezaron a llamarme "Ricardita", e incluso uno me acusó de ser portador del VIH.

Lo extraño del caso es que, en otro momento de mi vida, lo más seguro es que hubiera empezado una pelea o que me hubiera quitado la vida tranquilamente en la unidad sanitaria portátil (cagadero). Pero una de las primeras características detectables de mi nueva situación era que, sorprendentemente, ese tipo de agresiones no me molestaban lo más mínimo. No solo era del todo capaz de obviar sus pueriles manifestaciones de ira irracional, sino que muy pronto empecé a discurrir sobre mi condición de ser sensible, desubicado como un albatros sobre la cubierta de un barco mercante, a la merced de desaprensivos marineros que, siendo incapaces de autocompadecerse por las carencias que tanto los alejaba de cualquier sentimiento verdadero, volcaban sus frustraciones en víctimas practicables, permeables ante el abuso, tapiando con ello la puerta que habría de conducirles a los prados de un conocimiento -más o menos- superior.

A pesar de tener muy clara mi condición de transcendido, tuve que abandonar mi puesto en la obra ya que mi integridad física empezaba a correr peligro. No me despedí, tan solo tomé la decisión y empecé a alejarme. Y mientras lo hacía, cada vez eran más tenues sus increpaciones, que iban desde amenazas directas a tonadillas pretendidamente ofensivas sobre las prácticas sexuales que ellos, sin más prueba que mi desgana a la hora de faltarle el respeto a todo coño con patas, me adjudicaron sin juicio previo ni posibilidad de presentar defensa alguna.

Los años trabajados en la obra dieron su fruto. El patrón, un hombre alejado de las tosquedades que tan propias resultaban en sus subordinados, entendió sin problema que mis opciones en el puesto eran más bien pocas, si no ninguna. Con ningunas ganas de pagarme un ingreso en el hospital con la consecuente demanda por agresiones en el trabajo, tuvo a bien arreglarme los papeles del paro y premiar mi fidelidad a la causa con un finiquito incluso más suculento de lo esperado. "Cuídate ese culo, Ricardo. A ver si un día vas a cagarte encima sin darte cuenta", me dijo a modo de despedida mientras me guiñaba el ojo.
Una vez liberado de ese pesante aspecto de mi vida anterior, tuve tiempo para refugiarme en mi hogar y reflexionar largo y tendido sobre lo que me estaba sucediendo. Largas horas en silencio, pensando, descartando y moldeando ideas, conceptos que pudieran ilustrar a bote pronto las lindes de mi nueva sensibilidad. Tras días y días encerrado en casa, masajeándome los muslos y cerciorándome que mi heterosexualidad seguía ahí sin mácula alguna -para lo que consumí grandes dosis de porno straight por internet-, una tarde de sábado mi cabeza hizo un "click" repentino.

Yo, Ricardo Übeda, natural de Alemania Oriental antes de la caída del muro de Berlín, descubrí entonces que la vida nos tiene deparadas las más variopintas sorpresas, algunas de las cuales nos las brinda coronadas con un bello lazo de regalo y una pegatina de esas que pone "deseo que te guste". Porque lo de mi firme deseo por menstruar (ya digo, como mínimo una vez al mes) ha sido, y ahora puedo verlo, una reacción a la auténtica acción. Una reacción, qué duda cabe, que ha de coronar un proceso de autoliberación feminista que diga "basta" a la represión artística de las mujeres y de los Ricardos Übedas de todo el mundo, naturales de donde sea, que desde tiempos pasados viene imponiéndose a través de un gigantesco glande totalitario y, como mis antiguos compañeros de obra, muy poco dado a la charla cordial. Con esto no quiero decir que quiera librarme de mi pene, ni mucho menos. Aprecio sobremanera mi pene, me encanta tenerlo ahí y usarlo cuando la ocasión lo requiera, sea para orinar o para aliviar tensiones propias de la vida en la ciudad. Pero creo firmemente, y permitidme que haga de esto un manifiesto, que un pene y un ciclo menstrual o dos al mes pueden convivir si hacemos lo propio para que así sea. La comprensión, la poesía, el arte y el amor han de ser los materiales conductores de esa chispa que pronto se convertirá en una llama ilusionada, generosa y creciente. Una luz nueva, llena de ideas en forma de martillos chochones estrellándose sobre los escleróticos cristales salpicados del semen egoísta del discurso único y unidireccional de la expresión artística contemporánea.
Podría, por ejemplo, menstruar por el culo. O por la uretra, si el periodo no viene muy denso: los coágulos podrían suponer un problema de saturación en el conducto, por lo que la cosa podría acabar en un shock tóxico mortal. Menstruar por el culo, por lo pronto, es lo que veo más adecuado. También podría habilitarse la zona del peritoneo para tales efectos, siendo esta una posibilidad estéticamente muy propia y hermanada con las menstruaciones estándar que las mujeres suelen expulsar por sus conchitas.

Pero, permitidme que puntualice primero en los cimientos que me inspiraron para darle un soplo de aire fresco a mi vida. Los aspectos técnicos de cómo y cuando, más tarde.
En mi vida había tenido, básicamente, tres cosas. Porland encementado bajo las uñas, una venda en los ojos y el récord "Bar Nuevo Ecuador" de número de quintos bebidos de un solo trago y seguidos, marca que pulvericé con tan solo 16 años y aún hoy sigue imbatida. Y ninguna de ellas me servía para nada en el nuevo proceso. Mi cambio, tanto a nivel espiritual como práctico, no podía digerir esos pesados cocidos de grasiento convencionalismo. Por lo que, orientando mis sentidos hacia un nuevo norte, permanecí atento a las señales. No se demoraron, y pronto se declamaron ante mí como faros rabiosos resquebrajando con su luminiscencia el torpe manto de oscura ignorancia en el que había sumido mis días y noches hasta ese instante.
Al principio, dudé con severidad de que aquello fueran conceptos con los que yo, de parca educación y evidentes limitaciones provincianas, pudiera lidiar con alguna posibilidad de salir airoso. Pero, qué diablos, me dije. La belleza está ahí para el que quiera apreciarla, y el cuerpo es la mejor herramienta para combatir el obscurantismo estático de lo socialmente impuesto. Así fue como empecé a interesarme por las obras de jóvenes poetisas cuya principal preocupación en la vida era su regla y compartir con sus contemporáneas actitudes disolutas de todo tipo. Libres como un taxi, sus palabras trazaban líneas imaginarias por las que podía yo, Ricardo Übeda (natural azucarado), desplazarme sin tensiones por sus paisajes líricos como quien hace volteretas en las zonas de césped que suele haber en los complejos industriales edificados después de 1970. También descubrí el arte de la performance: mujeres desnudas y gordas dando saltos sobre una lona y gritando cosas sobre su coño, sus tetas, su compromiso con la vanguardia; aceptando de cara, gracias a su liberación incontrolada de estrógenos, que el riesgo de no ser aceptada conlleva a su vez un primer grado de libertad definitiva e irrevocable. Pintando un lienzo en blanco con la poblada mata de pelo que cubría su sexo, la cual había untado generosamente con pintura color rojo arterial.
Sufrí un colapso conceptual. ¿Qué era todo aquello, tan novedoso y extraño, tan arriesgado, transgresor y a la vez congratulante cosa fina? Qué ciego había estado todos aquellos años trabajando en el ladrillo, sordo de ignorancia y dando la espalda a aquello que, por primera vez en la vida, llenaba mi existencia con un tipo de plenitud rayana en el éxtasis. ¡Claro! Era aquello. Utilizar su tupido mocho púbico a modo de pincel, ser consciente de tu propio lugar en el cosmos mientras te embriagas de vino barato y juventud. No necesariamente en contra de los nabos, pero sí tomando posiciones a la hora de escribir las nuevas páginas de la Historia de la Literatura Universal. Dicho esto, y tras incontables horas de indagaciones, pases de vídeos autoproducidos y lecturas on-line de kilómetros de versos clarividentes, decidí tomar cartas en el asunto. Según las conclusiones a las que, tras mucho masticar el tema, llegué con prudencia y paso firme, lo esencial era tener la regla. No necesariamente bollera, no necesariamente practicante de alguna disciplina artística, no necesariamente castrado y operado. La menstruación: su aroma, sus grumos, su forma de arruinar los pantalones blancos ceñidos. Dolor, dolor que nos transporta al principio de toda vida, como el nacimiento o tirarse de cabeza desde un cuarto piso justo sobre la terraza del bar de abajo. Dolor y sangre, pureza y renovación, comprensión y hermandad. Empatía y dejarse crecer tetas si uno quiere. Pero sobre todo eso, dolor y sangre. Con alas o sin alas, normal o extra. Compresas como plantillas del 45, estilo Bigfoot, entre mis piernas como si mi arco del amor fuera el mismísimo tunel del Cadí. Esa humildad, precisamente esa sensación de pisar con los pies en el suelo, es la que me permite decir "eh, estoy aquí y tengo un reglazo que parece que me han degollado un cerdo dentro". Entrar en el baño de señoras, sí, con la cabeza BIEN ALTA: sentarme en la taza, abrir las ancas y despegarme un generoso y tibio pegote cada cuatro o cinco horas, de tres a seis días. Nunca tirarlo a la taza del WC, que se embozan en un periquete y luego no hay dios que lo desatasque. Para eso hay papeleras. Esas papeleras que son templos donde se reúnen a orar los hijos nonatos de una revolución donde la sangre no corre de mano de los muertos, sino de chochas repletas de vida, palpitantes y en edad de merecer. Sin más disparos que los tampones haciendo "plop" como envasados al vacío. Ahí es donde yo quería, donde quiero estar. Con una picha bien estupenda, es cierto: pero no por ello carente de causa.

Yo, Ricardo Übeda, natural de una gasolinera checoslovaca donde mi madre me cagó por error, defiendo mi derecho a tener como mínimo un periodo al mes. Si pueden ser dos, mejor. Pero con uno me basta. Uno que venga bien cargadito, que me haga ser del todo consciente, que me haga cultivar la yerma hectárea que fue mi conciencia. Y entonces, cumplido este primer y decisivo paso (que, como antes apuntaba puede ser por el culo o perforándome un poco el peritoneo con una broca), estaré listo para emprender la ascensión hacia la autorrealización artística. Mentiría si digo que no he probado... cosas. Experimentación, riesgo y discurso: ese es mi lema. He escrito, por ejemplo, unos versos que espero algún día hagan reaccionar a esa masa que aún dormita en el regazo de la falocracia, abrigándose pobremente con el pelusamen. Se titula "DE LA UNI A LA TAZA" y dice tal que así:


Voy a tope, camino por las calles
(camino, camino, caminooooh)
pensando en mis movidas 2.0
 
los moros me saludan y yo les digo
"sin problema, sin problema"
los skaters van que se las pelan
y noto como me baja el tomate

conciencia de mi bloody rajita,
me pongo piripi day by day,
mis bragas están arruinadas pero contentas.       


Está aún por retocar, cierto es que hay cosas aún por pulir. Pero siento que estas son MIS palabras y, eh, ahí las dejo para quien quiera apreciarlas y hacerlas suyas. El arte, cuando carga sobre sus hombros la responsabilidad de una vanguardia donde todos sus integrantes menstrúan, ha de regalarse con el dadivoso sentimiento del que sabe que le sobra y necesita compartir.

También estoy ultimando una performance. Bueno, en realidad viene a ser como una mezcla entre teatro de calle, action-painting y polipoesía super-comprometida. La cosa va de salir en pelotas, así en plan bamboleo, y ponerme a decir muchas veces la palabra "menstruación", con diferentes tonos, poniendo caras de estar terriblemente afectado por el estado de las cosas. Y de mientras, voy untando una tostada integral con lo mío, pero el gesto es como si me estuviera pasando una tarjeta de crédito de punta a punta del cruasán. O sea, que equiparo la fiebre consumista que nos aliena con desayunarse una tosta de tomate frito. Todo esto en la calle, porque creo que no puedo confinarme a las limitaciones burguesas de una sala acondicionada. Si la cosa va de hacerlo crudo, pues que sea crudo. Pero bueno, esto también está a medio crear, por lo pronto marco las líneas esquemáticas y luego voy poniéndole los detalles y las cosas. Quizás unos sin-techo haciendo los coros y palmándola por turnos, no sé.

Pero para que todo esto sea REAL, necesito poder menstruar para poder seguir avanzando ahora que estoy descubriéndome como el verdadero Ricardo Übeda que soy, ese Ricardo natural-natural, de toda la vida, pero que ahora sabe de qué va la película. Lo tengo clarísimo, así soy. Así que si alguien puede ayudarme, por favor que me lo haga saber. Estoy abierto a sugerencias, y muy pronto estaré también abierto al amor. Y quién sabe, si encuentro a la persona indicada, lo mismo me quedo embarazado.

    

martes, 4 de diciembre de 2012

EL FABULOSO PUS (MÁS BASURA)


"MEN'S CHOICE (PRE-ABUSE)"
Ilustración digital, 30x43 cm. 2012.


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Amigo, coge a la muchacha
y sube presto a la azotea
donde puedan alcanzarte
las balas
y las nubes
y los culos rasantes
de los arcángeles

mira
cuando todo es abajo
eres el hombre más alto del mundo
tus zapatos de catorce pisos
antaño de protección oficial
eso es
demuéstrale a la muchacha
con tu pecho descubierto
girando a la zaga del último minuto
demuéstrale a ella y a todos
te llegan antes los párpados estrellados
(superadlo si podéis)
y pase lo que pase
va a ser precioso

no es que seas pequeño:
estás lejos y eso eso es todo
en lo alto y la muchacha
que sin pena ni gloria te decora
revoloteando como una bacteria
a contraluz
te alcanzarán
pero ya está completo el shock
que te sustituirá con su rutilante
inmediatez
y ni envejecerá
ni podrá ser contenido
porque pagarás su precio

la módica cantidad de Todo
y esos segundos de pánico
que vagarán siempre contigo.


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Los invitados van dispersándose
por el jardín
y estoy listo para llevar a cabo
la sorpresa HISTÓRICA
hay que controlar la presión
pero soy optimista
la celebración es ilegítima
no pueden controlarlo todo
no conocen el terreno
llevo meses cortándome
         los dedos
pero ahora ya es
simplemente perfecto
"Dormund" o "Gracias"
cada uno en su idioma
(cosa que al fuego le importa nulo)
me pregunto cómo reaccionarán
y mi familia
¿serán tan severos después de todo?
no pueden decir nada
         de la rigurosidad angular de los setos
         ni de la selecta privación de aromas
llevo meses sin dormir
          y casi llegué a darlo por perdido
pero ahora ya es
simplemente perfecto
las fotos no importan
-porque no estarán-
pero como no lo saben hacen fotos de todas formas
en algunas formo con lo queda de mis manos
una antigua forma de invocar el caos
pero es una broma -el caos no es necesario-
y mis pies casi que van solos
bailan sin ser yo del todo consciente
y eso es una de las muchas muestras
hoy la vida me sonríe
y los perros
me sonríen
también los setos geométricos
que durante meses me han mostrado desprecio
hoy me sonríen todos, las mujeres de otros
y los sobrios aledaños
cuando el sol, absolutamente perpendicular
nos deja sin más sombra que las de nuestros vientres
        sobre nuestros genitales
y es como si escuchase la voz de la Madre Tierra
contando hacia atrás
de 10 a cero
solo para mí.


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El arte de crear
nombres compuestos
y frecuencias codificadas

alguien tiene que encargarse
hasta de lo más inverosímil

y no sé si rezar va a servir de algo

pero algo hay que hacer
para que todos sigamos ahí
convencidos de lo muy necesarios
      que resultamos

podar corales ultramarinos
o pintar de blanco toneladas de basura
      a punto de ser incinerada

no dirijas hacia mí la ira
al no ser que sea eso lo tuyo

lo mío no podría ser más sencillo
cada día visualizo mi causa

así es lo que somos
desde hace tanto
nadie recuerda
el aspecto del culpable.


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NIGRO IS THE WAY (NUEVOS MONOTIPOS 2)


"ANGRY PRIMATE 2.0"


 "BIG PAPADA (ELEPHANTIASIS)


"GORDITO"


 "HAPPY SADO


 "HOUSE PARTY (80'S REMEMBERING)"


 "LAS 2 PECAS DEL DIABLO"

 
"SINGLE DEMON"


"VINCENT PRICE'S FLY" 


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Nueva serie de monotipos, en placa de zinc 24x32 cm. DICIEMBRE 2012.