miércoles, 10 de enero de 2018

Serie 'Demokracia Gjithmonë Fiton' #01: SHYSTEROO(S)


"SHYSTEROO(S)". Collage y mixta sobre papel. 50x70 cm. 2018.
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INSCRIPCIÓN GRABADA 
SOBRE LA GRAN PUERTA DEL THÉLÈME (fragmento)

No entréis aquí, torpísimos mastines,
de noche ni a maitines, recelosos,
no provoquéis sediciosos motines
larvas ruines, de Dangier paladines,
Griegos, Latines, más que lobos dañosos;
no entréis aquí, galicosos sarnosos,
los lobanillos llevad a otra guarida,
idos, costrosos, con vuestra honra perdida.
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François Rebelais, Gargantúa y Pantagruel


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Es asombroso que cuando alguien suelta los disparates en los que uno cree, 
es posible percibirlos como tales." (Philip K. Dick)


Nota a propósito de la Serie 'Demokracia Gjithmonë Fiton' y, por ende, de todas las obras que incluiré en la misma: 


El material empleado para estos collages proviene exclusivamente de carteles electorales de las elecciones del pasado 21-D. Todos ellos —cómo no— arrancados directamente de la calle, lo que en algunos casos ha implicado llevarme conmigo intervenciones previas de desconocidxs, todas ellas de lo más variopinto (desde poliomelíticas esvásticas perpetradas con plastidecor en la frente de Marta Rovira hasta seminales goterones gualdas salpicando las mejillas de la Arrimadas). No es la primera vez que baso una serie completa en este concepto (usurpación de propaganda electoral, con doble ganancia: por un lado, puñados de material gratuito de gran formato y cierta calidad para usar en mis piezas. Por otro, la consecuente erosión —física, in situ— de lo que considero la manifestación de un tipo de social-pornografía particularmente aburrida a la par que demencial: esto es, lxs supuestxs representantes del actual modelo democrático resumiendo su razón de poder en el propio rostro, normalmente reproducido a tamaño insultante, acompañado de una frase de menos de 7 palabras).  

Lo que me interesa destacar de esta serie respecto a la anterior de 2015 es lo siguiente. A diferencia de otras ocasiones, esta vez el proceso de obtención de materiales —repito: arrancar las caritas de los carteles, de todos, independientemente del partido político en cuestión— ha sido particularmente colorful

El por qué de esto, entiendo que se debe a lo acontecido en las calles de Catalunya durante la jornada del 1-Oct. Por partes.

Primero está lo de los mal llamados "presos políticos" (cuando, en realidad, son políticos presos): y si no, que se lo pregunten a los centenares de anarquistas presxs que han permanecido y permanecen hoy día en prisión por no comulgar con la "democracia" impuesta precisamente por las clases políticas —recientemente, en el barrio de Sant Andreu, Barcelona, le aplicaron la ley antiterrorista a un chico por un libro y un acta de asamblea rutinaria—; ¿sensibilización con los presos políticos, o con ciertos políticos presos? Me temo —intuyo— que muy pocos, de los muchos que se muestran tan implicados con los políticos detenidos a raíz del referéndum del 1-Oct, en la vida se les hubiera ocurrido ni mover un dedito de esas manitas suaaaves, tan propias de las profesiones liberales, por la causa de un/a anarquista encarcelada "por defecto" (precaución, dirán algunos). Cientos de chavales inocentes en régimen de aislamiento, FIES, prisión incondicional, sólo —SÓLO— por profesar ideas anarquistas de carácter pacífico —que no pacifista, ojo—, por los que, siendo francos, no me imagino a todas esas almas de cacerolada movilizándose en masa a comprar bufandas color amarillo parchís —qué suerte que el asunto haya caído en invierno, porque si no ya me estaría imaginando un apocalípsis de foulards, pamelas y bermudas—. Concebirlos reunidos en alguna neo-vermutería de Gràcia, llenándose la boca, textual y literalmente, me hace pensar en cosas feas. Encontrándose casualmente en el Decathlon —seguramente comprando mallas de ciclista o unas muñequeras de CrossFit—, aprovechando la feliz coyuntura para echarse las manos a la cabeza por este insólito hecho en tiempos de democracia participativa. Proselitizando en los límites del cantautismo mientras esperan a que sus hijos salgan de extraescolares. Eso mismo: cosas feas.

Y luego, está la consecuente canonización de los susodichos, de los políticos presos (que, insisto, NO es lo mismo que presos políticos). Es decir, que de pronto un par de ultra-pijos catalanes adictos al lino blanco y un católico-apostólico-romano convencido y militante se convierten, por obra y gracia de un gobierno central en fase avanzada de leprosería —cosa que ya sabíamos, pero cierto es que siempre impresiona cuando a alguien se le cae la nariz en el plato de sopa— en lo que deberíamos entender como "un ejemplo de libertad, compromiso y lucha". ¿Free Jordis? REALLY??? Me gustaría saber a quién coño se le ocurrió el eslogan. Debería formar equipo con el que acuñó el nombre de España 2000 y con el departamento responsable de la imagen corporativa de los Testigos de Jehová.

(Inciso: hablando de Jordi Sánchez, me reí mucho muchísimo con esto. No por nada, de verdad: es que, simplemente, me parece MUY gracioso). 

Me tranquiliza saber que esto no lo va a leer nadie (nop, los bots de spam NO leen, al contrario de lo que se dice / se comenta últimamente por entre los chiringuitos del Báltico). Pero, si por casualidad, alguien leyera lo dicho hasta ahora: absénganse de sacar conclusiones precipitadas. Si bien no simpatizo lo más mínimo con el furor nacionalista catalán, empatizo aún menos —y me pregunto si eso es posible— con el nacionalismo español. Pero, ahora bien, debo concederle a la causa española un punto a su favor: nunca me he sentido engañado por el Ente España. España, alto y claro lo digo, es sumamente honesta con su naturaleza: es incesto aldeano, es monarquía endogámica, es analfabetismo funcional y es ultra-violencia intelectual. Es decir, ¿no es de una lógica demoledora? España son sus pantanos, sus avenidas bautizadas con nombres de genocidas, sus fosas comunes, sus chulos y sus putas. Romanones, Fabra y las hermanas Izquierdo. Cabezas disecadas de animales presidiendo partidas de dominó y torneos de remigio. Curritos en chándal afiliados a movimientos ultraderechistas, rascándose la huevada por dentro del pantalón para luego olerse los dedos con curiosidad infantil. Gremlins con pantalones de pinza y chalecos Coronel Tapioca paseando del brazo de tiparracas barnizadas, de aspecto reptiliano, adictas a los clubs de Hípica mezclados con Diazepam. España, de corazón lo digo, es prístina. Diría que es un libro abierto, pero eso entraría directamente en conflicto con el gran grueso de su población. Porque, que lo sepáis, si en Europa aún nos tienen un minimísimo ápice de respeto como nación, es gracias a que piensan que España es un país de pertubados peligrosos. Gracias a declaraciones de intenciones tan propias como los toros, tirar cabras por campanarios, arrancar cabezas de gansos al galope; las redes de prostitución valencianas (que ya le gustaría a los de Europa del Este, aficionados) o, sin ir más lejos, los acongojantes rostros de nuestra selección de fútbol —si Buñuel estuviera, no os quepa duda que les rodaría un documental tipo Las Hurdes pero en color—; España no engaña, España es como una sarna a la que acabas por coger "cariño". Te acostumbras a que ponga huevos bajo tu piel y te infeste de larvas gorditas y sonrosadas —esto último, debido mayormente a nuestro amable y soleado clima—: las larvas, una vez ya han hecho lo suyo, te lo agradecen con una roncha de medio quilo y hasta mañana si dios quiere. Yo, personalmente, veo honestidad en ello. Entereza, qué diablos.

Por eso, hubiera entendido —es más, lo habría asumido gozosamente— que, siendo yo sorprendido en el momento de arrancar un cartel con el palmito psycho-renacentista de la buena de Inés Arrimadas, un grupo organizado de señoritingos teenagers naturales de las cumbres de Sarrià se hubiese avalanzado sobre mí para obligarme a rendir cuentas con ésta nuestra gran nación. Habría encajado con la mayor diligencia sus patadas —seguramente, con regusto a náuticos piel de melocotón—, abriéndo mi corazón y mis cejas a un acto de coherencia sin precedentes. Esos muchachos, que heredaron de sus hermanos mayores tanto banderines preconstitucionales como la discografía completa de Café Quijano, me hubieran demostrado que sigo teniendo claro a lo que atenerme. Una cuestión de valores absolutos ¿me explico? Y diré más: no descarto que, mientras esos futuros agentes comerciales de El Corte Inglés me hubieran estado midiendo el lomo con grande pasión, quizás me habría yo sumergido en la nostalgia: aquellos tiempos en los que la Cedade, hijos de policías y niños de papá vestidos de riguroso negro paramilitar, brillaban con luz propia apalizando en grupo a melenudos, maricones y rojos de mierda. Cuellos de cisne se han visto sustituidos, cierto es, por sudaderas Tommy Hilfiger; Ray-Ban's de pera que dejaron paso a fantasías galácticas de aspecto eminentemente díptero. A diferencia de sus preceserores, las banderas rojigualdas que embellecen sus balcones han sido fabricadas en China y no en Alicante: los signos de los tiempos no siempre llueven a gusto de todos. Pero, eh: ahí habrían estado ellos, sudando la gomina en mi honor. Honestidad y, lo dicho, coherencia. 

Ahora bien. Llegamos al meollo del asunto. Porque, si bien no fui asaltado por un grupo organizado de premium bros, sí lo fui por parte de los otros. Los de la bufanda y el lacito, ¿sí?

A mí me parece muy bien que, llegado cierto punto en la vida, una persona de mediana edad vea el cielo abierto en estas pequeñas excepciones que trangreden la ciencia exacta de sus rutinas. Es, cómo decirlo: es como vivir una aventura. Eso lo entiendo, asumo la erótica de esa renovación primaveral de sus tiempos de universidad. Lo mismo, gracias a los asaltos policiales y la violencia indiscriminada del estado, han tenido a bien ponerse flamencos con un porrito —mai-fly, que se le decía por aquel entonces— o incluso se han animado a autoregalarse una pajita en la ducha. Todo bien, de verdad. Pero sospecho que ese punto ha quedado inquietantemente rebasado, dando lugar a un estado de euforia translúcida, de dudosa dosificación y efectos imprevisibles.

Volvamos al principio. Entre otras cosas, yo hago collages. Es barato y me divierte. Y además, ensucio poco. Para ello, necesito fotografías. Y normalmente, no suelo tener acceso a maravillas que puedan compararse con un buen cartel electoral. Quiero decir, es algo lovecraftiano: pósters de 50x70 cm (o más), de los cuales, un 80% es LA CARA DE UN TIPO. Sin duda, nada podrá jamás compararse a esos gloriosos close-ups de Junts pel Sí, allá por el 2015: arte urbano con Mayúsculas. Recuerdo que Artur Mas, visto a esa proporción megalítica (y además multiplicado por ene), se me antojaba como una suerte de ser mitológico. Quise imaginármelo así: solo una cabeza de metro y medio de diámetro, sin cuerpo, capaz de levitar y pivotar y flotar en el agua. Siempre mirando con una serenidad más allá de toda incertidumbre humana. Moviendo los ojos como un camaleón. Lengua luminosa. Seguramente versado en el don de la telekinesis y la telepatía —cosa normal y casi lógica, contando con un cerebro de veintidós quilos y del tamaño de una vaquilla reción nacida—. Un mesías psicotrónico.

Volviendo al 21-D: debo reconocer, llegados a este punto, que de todo el abanico de posibilidades que se me presentaba como un vergel de caritas mancillables, mi absoluto favorito fue desde el principio Oriol Jonqueras. Vamos a ver, ¿qué puedo decir? ¿No resulta evidente? Tan solo con esos ojitos, ya tenía media pieza resuelta. No hacía falta ni manipularlo.  Si a eso le añadimos la posibilidad de tener muchos Jonqueras para trabajar, las expectativas se disparaban hasta límites lisérgicos. Supongo que me explico, ¿verdad? Y en todo caso, para muestra un botón: la imagen de ahí arriba es una composición exclusivamente de Arrimadas. Cuatro o cinco Arrimadas. Only Inés. (*) Porque la pureza es un grado.

Tan cerca, tan lejos.
 

Entonces, dispuesto a perseguir mi destino, empecé a detenerme ante cualquier Jonqueras que se topara en mi camino. Siempre que el tiempo y las naturalezas de mis devenires me lo permitieran, no dudé en destinarle esos preciosos minutos a la búsqueda de mi nuevo super-juguete. Pero, desde el principio, la cosa ya se mostró muy poco factible.

En primer lugar, porque por culpa del gobierno español —yo os maldigo, a vosotros y a vuestro nefasto don de la oportunidad—, los carteles de Jonqueras —no así de Marta Rovira— estaban especialmente bien pegados. Al parecer, los encargados de empapelar La mirada más fascinante del Mediterráneo se tomaron muchas y muy efectivas molestias en darle al susodicho un tratamiento de excepción. Quizás usaron algún pegamento industrial, o puede que fuera su misma fuerza de voluntad patriótica la que insuflara a su labor ese sticky-plus mágico que solo puede nacer de la ilusión y las ganas de aportar. Sea como fuere, el tema estaba justito.

Por supuesto, no me rendí. Para compensar un poco mis pérdidas de Jonqueras, me hice con una buena cantidad de Martas Roviras —consuelo de mierda, por cierto, porque la foto es mala de cojones y parece que tiene la piel violeta, como si la hubieran fotografiado en el umbral de una cueva—. Y, por supuesto, los tridimensionalísimos pómulos de Inés de España, cuya sonrisa resucita a los muertos y su pelo una ola de mar pareciera. Albiol ha sido el gran ausente (de verdad, no vi ni uno, y eso que me fijé a conciencia). En lo tocante a Iceta, debo reconocer que me he quedado con ganas de más (algo ha caído, pero desde luego nunca es suficiente). Puigdemont, descartado: al parecer, como han tenido que tirar de fotos de archivo, los retoques de photoshop han ido que se las pelan. Debo reconocer que su versión del Mao Zedong de Warhol es una risión de tamaña alcurnia. Al que se le haya ocurrido, que sepa que cuenta con todo mi respeto y admiración.

Ahí fue cuando la cosa se empezó a poner rara.

Mi primer contacto con las fuerzas vivas me pilló por sorpresa. Claro: dado que me importa UNA MIERDA, pues yo a mis cosas. Era miércoles por la mañana, cerca del Hospital de Sant Pau. De camino a casa, me encontré con una tríada de primer nivel: tres plafones en forma de triángulo, y sobre ellos superposiciones de todo el plantel. Y los últimos estaban aún frescos. Vamos, como si me hubiera tocado la lotería.

Con cuidado de conservar intactas las partes más interesantes (zonas lisas de piel, ojos, dientes, labios), empecé a recolectar suculentos jirones de material prime quality. No sé cuánto tiempo pasó, pero no pudo ser demasiado. Un minuto, no más de dos. En ese brevísimo lapso, me vi de súbito rodeado por un grupo numeroso de personas. Me miraban con muy, pero que muy poco amor. Yo, que tengo una nula confianza en mi atractivo físico, di por supuesto que no era sexo casual lo que estaban buscando. Pero, y lo digo con total sinceridad, en ese momento aún no caí en la cuenta. Fue cuando alguien, a lo lejos —por cómo me llegó el sonido, presupongo que fue desde un balcón— empezó a gritarme y a insultarme con voz de presentadora rusa de televisión. "Malparit, fill de puta! Deixa-ho estar, feixista de merda!" Luego algo como "Fora Espanya" y algo más que ya me fue imposible de entender —seguramente porque la muchacha ya estaba recogiéndose en la seguridad de su hogar, una vez aportado su grano de arena a la lucha antifascista—.

Claaaaaro. Ahí fue cuando me empezó a cuadrar lo de la gente rodeándome, en silencio, como si fueran traficantes de órganos. "Aaaaaaah. Eso es, qué tonto. Deben pensar que soy un reaccionario lleno de odio y resentimiento".

Lejos de apuntar que me sentía muy honrado por el piropo —no todos los días alguien te dice algo bonito por la calle—, empecé a intentar explicar mis verdaderas intenciones a aquella buena gente. La verdad, ahora que lo pienso, no fue un movimiento demasiado avispado.

Veámoslo así: estas buenas personas ven a un tipo calvo —por lo tanto, rapado a los efectos— arrancando caras de políticos sin miramiento alguno. Claro, si hubieran sido un poco más lúcidos, se habrían percatado de dos cosas:

1. Estaba arrancándolas TODAS. No sólo las de un partido concreto. Por lo tanto, de entrada tendría más lógica pensar que soy un enfermo mental con algún tipo de convulsión maníaca. Porque los fascistas, si algo tienen, eso es una total y absoulta falta de visión autocrítica. Por lo tanto, si hubiera sido efectivamente uno de ellos, me habría encargado de hacer de mi selección un mensaje claro y evidente. Claro, la pobre presentadora rusa no podía atender al detalle desde la lejanía de su pequeño balcón adosado. Te perdono, presentadora rusa.

2. Dato aún más relevante: despues de arrancarlas —todas ellas, con sumo cuidado—, ME LAS GUARDABA EN EL BOLSILLO. Llegados a este punto, cualquier persona con dos dedos de frente hubiera priorizado sin dudarlo la teoría del enfermo mental compulsivo sobre la que, al parecer, insistía en prevalecer a ojos de aquellos simpáticos lugareños.


(Finalizará en la próxima entrega)

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(*) Esto es mentira: la cocorota es de Iceta.