Llegó tarde a su casa, con quemaduras de segundo grado en el 85% del cuerpo. Ni rastro de ropa, bata de cuadros: una desnudez existente más allá del espectáculo de la pústula y la ampolla hirviendo -por lo que- le cayó una sonada reprimenda. Le duele a su madre ser tan drástica a veces, pero así debe mostrarse cuando la ocasión lo requiera. No por gusto, pues bien supo ella en su día qué es lo que pasa cuando, a los ocho años, tu desnudez de intuiciones preclaras -al margen de que si carbonizada o al natural- entra en el ya por sí tenso campo visual de lugareños. También de curiosos, pero sobretodo lugareños.
Su reloj de pulsera, que por cierto era falso y solo acertaba un minuto al día, es ahora parte técnicamente indivisible de su antebrazo, por lo que muy seguramente habrá que amputar justo por debajo del codo. Y no es que quede mal, pues el plástico purpurinado -apto para la confección de juguetes- se funde de una manera muy simpática por lo general. Más por higiene que por otra cosa.
Después de la morfina autoimplementable y del descochamiento manual de costras secas -llevado a cabo tan cuidadosamente como es menester una vez el amor maternal supera con creces las arcadas tan propias del momento- la pequeña empieza con la historia. Al principio consigue, en cierto modo, apasionar a la madre. En parte porque su dicción deplorable dificulta la exploración formal del discurso (por ende, curiosidad e inquietud a partes iguales). Y también porque she is su madre, obligada como está a fingir "atención", prevención de consabidos desapegos prematuros, éstos portadores como son de ignominiosas consecuencias. Pero al cabo de escasos minutos el discurso de la niña es incapaz de acaparar ni un mínimo de la atención de su madre. La cual, muy lejos del la gente corriendo con el grito el la boca como si fuera su propia lengua y su hija allí pero que como si nada en llamas acabando los ejercicios -sea éste cierto incentivo para recompensa moderada-, la madre en cuestión empieza a notarse (dentro) unas humedades poco frecuentes para aquellas horas tan tempranas. Si bien es la primera vez que un atentado por defecto marca con su estela multicolor la inocente presencia de un colegio de primaria, un fulgor tan inesperado que destroza técnicamente sus bragas anuncia -in situ right now- un milagro que más-de-una querría para-ella-sola.
A todo esto, el padre no cesa de tomar decisiones muy profundo bajo el mar, lamiendo la escafandra por dentro con cierto desasosiego, sintiéndose más otra persona que uno mismo. Y allí, tan lejos y tan rodeado de gente extraña, aquello viene a ser una de esas cosas que te incitarían a llamar a casa, siempre y cuando casa fuera un lugar apto para recibir llamadas. O, para ser más exactos: que al recibir llamadas éstas fueran como poco atendidas, independientemente de si hay buenos modales por medio o si por el contrario en tanto que convivencia se conoce la grima*.
*Nota del autor: en poesía a veces las palabras griman unas con otras.