Traemos muertos.
Traemos ciegos.
Traemos asimétricos, dandys,
gente incompleta.
Traemos sacos.
Y en ellos
senos impares, pómulos sueltos
y un puñado de cosas
que van por dentro:
intestinos gruesos rellenos de capricho,
lonchas de grasa fresca,
docenas de pulmones bañados en alquitrán.
Traemos regalos, más o menos:
traemos cepos, plásticos y alambres.
Traemos musgo sobre los cráneos más viejos.
Traemos pelo seco y buches para quien los quiera,
lo traemos todo y es vuestro
como vuestros son esos virus
que os deben la vida y justo por esa razón
os matarán a la vuelta de la esquina.
Traemos polvo de aire, aire en polvo.
Traemos nubarrones de hueso y cemento del desierto.
Traemos lo que estabas esperando,
sin piernas y semidesnudo
un mendigo camboyano
del que te separaron nada más nacer.
Traemos agujas para sembrar
y semillas de expectativas
solo subterráneas.
Traemos la tierra más dura, escamas en abundancia
y otras muchas cosas de las que ni siquiera nosotros sabemos.
Traemos nuestros cuerpos –faltaría más–
reblandecidos por la humedad
y el uso indebido.
Traemos cepas, simientes, caldos de cultivo.
Traemos plagas individuales
y tras nuestros pasos
un rastro de dientes de leche
para que no se nos pierda
la Muerte por el camino.
También zumo de plomo, piedras peludas,
ovillos de lánugo
y las más insólitas formas de ignorancia:
lo traemos todo, no hemos olvidado
esencialmente
nada.
Traemos el último tramo del camino
–que hemos reservado para el final–.
Traemos al último, a los ausentes.
Traemos el no saber qué hacer.
Traemos esponjas empapadas en magma,
varias excusas (por si acaso)
y un pequeño sobre cerrado
que contiene de una vez por todas
los Tres Nombres Verdaderos.
Justo esto es lo que traemos,
ni más ni menos:
estamos llegando.
A partir de ahí
ya nada será asunto nuestro.
Tan solo nos dejaremos sorprender.
Y cuando haya pasado
todo lo que tenga que pasar,
usaremos los ojos que aún sigan en pie
para una vez más volver
docenas de pulmones bañados en alquitrán.
Traemos regalos, más o menos:
traemos cepos, plásticos y alambres.
Traemos musgo sobre los cráneos más viejos.
Traemos pelo seco y buches para quien los quiera,
lo traemos todo y es vuestro
como vuestros son esos virus
que os deben la vida y justo por esa razón
os matarán a la vuelta de la esquina.
Traemos polvo de aire, aire en polvo.
Traemos nubarrones de hueso y cemento del desierto.
Traemos lo que estabas esperando,
sin piernas y semidesnudo
un mendigo camboyano
del que te separaron nada más nacer.
Traemos agujas para sembrar
y semillas de expectativas
solo subterráneas.
Traemos la tierra más dura, escamas en abundancia
y otras muchas cosas de las que ni siquiera nosotros sabemos.
Traemos nuestros cuerpos –faltaría más–
reblandecidos por la humedad
y el uso indebido.
Traemos cepas, simientes, caldos de cultivo.
Traemos plagas individuales
y tras nuestros pasos
un rastro de dientes de leche
para que no se nos pierda
la Muerte por el camino.
También zumo de plomo, piedras peludas,
ovillos de lánugo
y las más insólitas formas de ignorancia:
lo traemos todo, no hemos olvidado
esencialmente
nada.
Traemos el último tramo del camino
–que hemos reservado para el final–.
Traemos al último, a los ausentes.
Traemos el no saber qué hacer.
Traemos esponjas empapadas en magma,
varias excusas (por si acaso)
y un pequeño sobre cerrado
que contiene de una vez por todas
los Tres Nombres Verdaderos.
Justo esto es lo que traemos,
ni más ni menos:
estamos llegando.
A partir de ahí
ya nada será asunto nuestro.
Tan solo nos dejaremos sorprender.
Y cuando haya pasado
todo lo que tenga que pasar,
usaremos los ojos que aún sigan en pie
para una vez más volver
por donde hemos venido.