miércoles, 5 de noviembre de 2014
POR NO DARLE DE COMER A LAS PALOMAS
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ICEBERG
Pasa que, aquel que no sabe escribir
–yo, por ejemplo–
casi nunca sabe
cómo debería empezar algo
para los demás.
Cuan triste madrugada, oh hijos
de la grandísima puta
con gatos y muelles y todo eso
aún sabiendo que
así NO, desde luego:
poco queda
más allá de la simplicidad natural del día.
Mas se insiste y
no sé muy bien por qué
las palabras parecen de pronto
algo más
entre ellas y entre ellas y quien las escribe
no importa demasiado así las cosas porque
se sabe que no
se supo
cómo empezar
dejando huecas las muelas de un sorbo al vacío
por lo que mascar –primordial en cualquier acción de este tipo–
se convierte en pantomima de viejo chocho
desconchándose
la baba
en toda regla
una sarta de grandezas de cara a la pared
e igualmente solo
(más crudo:
abandonado)
entregado a la naturaleza
subsidiaria
del apaño en entretiempos
perdiéndose
bajo la herrumbre fláccida
del muy ridículo ademán:
mañana será –digámoslo así–
y una vez más
para variar no solo no se pudo
ahí con
los nudos, el discurso deshuesado a bote pronto;
su follaje de cosa barata y contrapelo a regañadientes
(es) una alimaña recién cocida
que –así va, justo lo que digo–
aún después de todo el hambre
nunca nadie quiere comerse.
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