"Daba igual el frío, incluso si llovía. Había aprendido a hacerlo también durante la peor parte del invierno: incluso los días más desaprensivos eran previsibles, había referentes anteriores, nada fuera de lo normal. A pocos metros de la roca tapizada de liquen –enclave donde Mallol pasaba todos los días, esperando– había un tronco hueco donde solía guardar cosas. Con el tiempo y la experiencia, había aprendido lo conveniente que podía resultar tener a mano ciertos útiles a la hora de hacer más llevaderas aquellas jornadas en las que solo cabía aguardar. Galletas de maíz, un par de cojines viejos, una navaja, un trozo de cuerda, varios recipientes cerrados con agua potable, un par de calcetines secos y una revista de desnudos que encontró tirada en el patio de la iglesia. A veces, de forma menos regular, también guardaba en aquel tronco hueco pequeños animales muertos que de tanto en tanto se encontraba de camino en la vieja carretera, una vía sin asfaltar que serpenteante lo conducía desde su casa hasta aquella roca acolchada de liquen. El lugar señalado por el Gran Trueno, justo al tocar la medianoche del día de su decimotercer cumpleaños: ese era el lugar, ahí debía esperarlos. Sus Mayores aparecerían, llegado el momento, para recogerlo y llevárselo a donde verdaderamente pertenecía."
Yo mismo, "El gran trueno de San Agustín"