Gracias al descubrimiento del fuego, la invención de la rueda y la imprenta y la pólvora. Gracias al decisivo paso que supuso la transición de la caza-recolección a la agricultura, y sus consecuencias en las relaciones sociales de la época. Gracias al esfuerzo de las lúcidas mentes que se albergaron en la cúpula del catolicismo medieval, la sofisticación de la tortura. A los juicios a priori y a la creación del verdugo. Gracias a los juicios de Salem y al derecho de pernada, a la centralización del poder y la revolución industrial. Gracias a los magos y alquímicos de la tecnocracia, al escalafonamiento social, al Apartheid. Gracias a todo esto y mucho más, hemos conseguido llegar a lo más alto de las expectativas.
La siguiente especie dominante que domine el simpático planeta azul debería tener en cuenta estos esfuerzos. Aprender de ellos. Esperemos, pues, que sean tan inteligentes como nosotros; que, a través de las numerosas reliquias residuales acaudaladas en nuestros sedimientos, puedan leer y entender la fórmula. Aprehender nuestro secreto. Y brillar. Si bien no tanto como lo hicimos los humanos, por lo menos dejar en un buen lugar su paso por la tierra.