miércoles, 18 de enero de 2012

DECIR POR DECIR (MIENTRAS NO DURANTE)




1. 
Ante el no poco sentido deceso del atleta, comenta el corpus médico que nunca antes se tuvo tal acceso -así, tan en frío- a unas cervicales de semejante elasticidad. Elasticidad que acabó por no ser suficiente, porque a veces es bien cierto que el competir lo carga el diablo
Para la posteridad henos aquí bien hacinados dentro de la cámara que, aunque digital, en según qué aspectos no es ni más ni menos cómoda que cualquiera de sus precedentes analógicos. Bajo el inquisitorial encuadre cierto es que ya no tosen los niños por la explosión de los deslumbramientos de pólvora, manque la obesidad siga siendo reprobable por su inapelable condición de no transparencia. Hacinados, tosiendo contenidamente por movernos lo mínimo, respirando como bajo amenaza de ser descubiertos. Y más allá de nuestros pies, los cuatro puntos cardinales desvelan un abismo de insondable profundidad e ignotas circunstancias, del que la prensa especializada ni tiene nada que decir ni idea alguna con la que describirlo tanto para bien como para mal. Nada se sabe de lo que puede pasar si uno se precipitara -causas al margen- fuera del objetivo, desapareciendo a través de tan poco halagüeña negrura. Desapareciendo definitivamente del encuadre y quizás incluso también de la memoria de los allí presentes. 
El atleta, por su parte, no parece demasiado interesado en moverse, en toser o en los abismos. Sin embargo, parece que con su palidez -así, tan en el centro de la composición- nos está pidiendo a gritos que empuñemos sus muñecas y las alcemos en movimiento, como para hacerle decir "hola".





2. 
Dicen que si los resultados de unas Olimpiadas suponen excesiva vergüenza para un país participante -sea por la lacerante mediocridad de las marcas obtenidas o por la detención, causa penal mediante, de cualquiera de sus representantes-, dicho país debe hacer todo lo posible por eliminar a toda su población adulta cuanto antes mejor, sin excepciones. Si bien quedan exentos niños y preadolescentes, es precisamente porque aún no se sabe cuan ineptos o bien dotados pueden llegar a ser. A quien pueda interesar: esto es medible una vez entienden lo que ha pasado con sus padres y con el resto de la población adulta de su entorno y, ante tal motivación circunstancial -aunque en absoluto baladí-, obran en consecuencia según los dictados de su destino.






3. 
Un retrasado mental, si es muy profundo, a parte de una soberbia deficiencia intelectual también suele gastarse una psicomotricidad muy deteriorada, que va de lo dudoso a lo absolutamente nulo.

Un retrasado mental muy profundo repta como una lombriz huyendo de un fuego provocado y, amigos míos, bienvenidas sean las carcajadas de nuestros especialistas que ahora tan sanamente olvidan que en este país las apuestas privadas son ilegales.