Para crear incentivos, si ello fuera o debiera ser necesario (o simplemente indicado).
Coincidiendo con la presentación de MUSSOLINA el próximo sábado 5 de noviembre en Eat Meat, presentaremos también subliminal y clandestinamente 2 fanzines con los que, de una forma u otra, tengo suficientemente que ver.
El primero (del cual hacemos públicas tan solo unas pocas páginas) es un fanzine creado a partir de un impulso muy similar al que en su momento generó MUSSOLINA: Beatriz Moreta (musa, señora de Über Alles, correctora de estilo y principal destinataria del poemario) y aquí el amigo Disturbios regalarán a los primeros 20 compradores del libro MUSSOLINA una de las 50 copias disponibles de NUEVO ORDEN, escrito por ella e ilustrado por su marido. Numeradas y lacradas en exclusiva, una obra de naturaleza íntima y subterránea que, creemos, complementa a la perfección el rictus de lo acontecido.
El segundo es otro fanzine que también regalaremos con los primeros 20 ejemplares vendidos en Eat Meat (reitero, en rigurosa exclusiva y nunca-más-se-supo) que ha creado involuntariamente mi mejor amigo, El Paloma, personaje con el que -a parte de una inquebrantable amistad y una relación drogadicta de lo más afable- no solo comparto un programa en Radio Bronka 104.5 fm: más allá de eso, es mi más veraz crítico. La cosa va de lo siguiente: cuando escribí mi opera prima, titulada El Plan Cáustico, una de las primeras cosas que hice fue hacerle llegar una copia. Al recibir el ejemplar, El Paloma primeramente se regocijó de lo deslizante y poco adherente del material con el que estaba confeccionada la portada, pues le facilitaba enormemente la posibilidad de trabajar sobre ella sus medicinas. Días más tarde, simplemente vino y me dijo: "mira tío. Yo te quiero mogollón. Y de verdad que me alegro que hayas escrito un libro y eso, es de puta madre. De verdad que lo es. Pero que sepas que me lo he leído y NO HE ENTENDIDO UNA PUTA MIERDA."
Y la verdad es que el librito era de lo más mediocre, ciertamente. Razón tenía, a su manera.
Mi desazón fue tal que desde entonces lo coroné no solo como mi mejor amigo (cosa que ya era), sino como el medidor que había de evaluar la validez final de mi obra. Es decir: cada vez que escribo un libro, algo, lo que sea. Cuando hago algo, se lo enseño. Y le pregunto si le gusta.
Y si a mi amigo le gusta, entonces la cosa va bien.
Si no, algo falla.
Porque se trata de los tuyos.
En plan gitano, you know.
Y a partir de ahí, todo es incuestionablemente relativo.
Dicho fanzine se compone de una recopilación de imágenes que, mayoritariamente durante nuestras habituales sesiones de narcosala, fue generando sin ton ni son, con el único objetivo de hacerme saber que, a pesar de lo mucho que me quiere, resulta demasiado tentador reconocerme como lo que aparento: un profundo capullo, engreído y en absoluto consciente de su intranscendencia. Como la mayoría de autoproclamados artistas de esta ciudad condal, de en general todo el mundo civilizado. Sea válido comentar lo ridículo que resulta tan solo adjudicarse importancia más allá del onanismo. Justo es vaciar tu depósito de vanaglorie en tanto te meneas tu cacharrito creativo a la mínima de cambio, pero intenta que dicha polución no le ensucie los bajos del pantalón al resto de personas que por desgracia deben compartir contigo el aire.
Y es que el ego es la peor de las jodiendas: un auténtico auto-strap-on que paradójicamente te molestas en no sentir, mientras tu culo mental sangra como una cerda en pleno san Martín. El error de errores. La ridiculez cosificada en tu carne azulada por la falta de riego e interés. En fin, pura mierda: una forma condescendiente de cáncer que, afortunadamente, tiene cura. Solo tienes que desestimar la traición y la estupidez que miserablemente te seduce cuando nadie mira y tienes la oportunidad de encolomarte el filete más grande.