viernes, 5 de abril de 2013

LONDON CALLING (I): FISONOMíAS DE HOY Y ¿SIEMPRE?

Cosa curiosa, eso de El Tiempo. No solo mata, además también (des)crea. O, mejor dicho: El Tiempo, a parte de sus indiscutibles virtudes de dominatrix, también se deja por el camino algunos antojos. Dichos antojos, por fortuna y/o desgracia cuentan con un abanico muy limitado de particulares. Esto es, El Tiempo (y sobre todo su paso) solo sabe hacer bien una cosa: DESTRUIR. También envejece, envilece, empeora, estropea, ensucia y enseña. Pero todas estas acciones que –curiosamente– empiezan por la misma vocal acaban, antes o después, siendo subjuntivas de una MISMA y ÚNICA acción principal que, reitero, se basa en JODERLO TODO.

Así las cosas, podemos hacer dos cosas. En realidad, podemos hacer más de dos cosas, pero si uno se toma la molestia de sintetizar el asunto, acabará por concluir que sí, que al final todo se limita a un binomio displicente e inapelable. Así las cosas, o bien TE JODES o, en todo caso, TE MUERES.

Lo de la muerte es un asunto que, creo yo, tampoco merece más refrito. Por lo categórico, más que nada. Metafísicas aparte, morirse es una de esas cosas que no requieren de PLAN B, mayormente porque ir para nada es tontería. 
Lo de joderse ya es harina de otro costal. No tengo ni ganas ni –mira tú por donde– Tiempo para explayarme en las quasiinfinitas maneras en las que uno puede joderse y/o ser jodido. Eso sí, hay jodiendas que, francamente, pueden ser ciertamente reveladoras. No me refiero, por supuesto, a la jodienda de la carne (eso ya va al gusto de cada uno), sino a la jodienda de El Tiempo por El Tiempo. Ese tipo de jodienda es especialmente evidente en aquello que no tiene la obligación de morir. Por eso el ser humano inventó el arte, y posteriormente inventó maneras de perpetuarlo lo máximo posible. El arte es lo más parecido a la inmortalidad que uno pueda imaginar. Afortunadamente, antes o después habrá de pasar algo tan, tan HECATÓMBICO que consiga borrar nuestro paso por el planeta. Y de mientras, siempre podemos deleitarnos con la delicada sensibilidad que la destrucción propia del paso de El Tiempo imprime en algo tan susceptible como es la fisonomía humana.



Pasa que, como casi todo el mundo sabe, la carne es mortal. No así la piedra, o por lo menos no en un grado tan explícito. La piedra, a cambio de ni pinchar ni cortar, es capaz de aguantar mejor el paso de los años de lo que podría hacerlo cualquier trozo de carne con patas. Eso no significa que a la postre no sufra lo que le toca. Y cuando la piedra ha sido trabajada en forma de rostro humano, pasan cosas que –a mí por lo menos– me parecen verdaderamente curiosas, de una justícia poética que estremece. Por ejemplo, la insinuación de un cráneo, de una dentadura; huecos que responden más a los restos cadavéricos de algo que en algún momento estuvo vivo que no a las caprichosas fracturas entre las vetas de una masa mineral que –en principio– no tendría por qué saber absolutamente nada de nervios, tendones, mandíbulas o cuencas oculares. Una suerte de sublimación intermaterial que solo puede justificarse a través de una estricta política de asociación mórfica. He aquí ejemplos de tan peregrina e insustancial teoría.
Hay que querer verlo, si no es complicado que funcione.

 




Qué chorrada, ¿verdad? Qué manera de perder el Tiempo. Con lo bien que estaría yo apostado en un campanario, armando un fusil con silenciador y mira telescópica, esperando a que se asomara por la esquina tu porcino rostro. O forzando la cerradura de tu portal para luego agazaparme en lo más sombrío de tu rellano, espumando de odio y ganas de hacer todo el daño posible. 

Te prometo pensar en ello. A ver si en un futuro próximo puedo emplear mejor mi Tiempo.


____________________________


(Fotografías tomadas MUY del escaqueo hace unos días en el British Museum, Londres. Pertenecientes al friso del Partenón y a las Metopas).