jueves, 17 de enero de 2013

ENTREVISTA LABORAL ORDINARIA ENTRE UN EVALUADOR (FUNCIONARIO) Y UN ASPIRANTE (A FUNCIONARIO)



La piel muerta (también conocido como "El ocaso de la copla"). Collage digital 40x60 cm. 2013

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"Hay muchos tipos de piel muerta", dijo mientras se distraía ordenando el formulario por riguroso orden de cumplimentación. "Falta una... Deténgase ahí, en cuanto llegue. Están subiéndola".

Muchos. Quizás hablamos de cientos, de tantos tipos como productores hay. Dicen que casi cada mes tienen que ampliar la base de datos porque el mestizaje y la exposición a la luz solar se han convertido en variables de imprevisibles implicaciones sobre las capas maduras. Incluso hay algo de eso en los niveles más internos. Pero, tal y como ha venido siendo desde siempre, son tan solo doce las que han de tenerse verdaderamente en cuenta. Hay quien opina que, tras estas doce clases principales, el resto de pieles muertas pueden clasificarse en sub-grupos que, por una cosa o por otra, pueden incluirse en alguna de esas doce principales.

- Así que tendrá que dejarme ahora mismo su brazo.

El aspirante reacciona al instante y empieza a subirse la manga de la camisa, apoyando el codo en el canto de la mesa. Una vez ha dejado al aire casi todo, relaja la flexión y posa con suavidad el antebrazo frente al evaluador.

- Gracias. Será solo un momento de dolor, ¿de acuerdo? Intente no tensarlo. Abra la mano. Déjela ir.

Las paredes son las que verdaderamente determinan los puntos importantes al aspirante. Se comprobó que si las paredes contienen todos los datos impresos y debidamente enmarcados, el proceso de asimilación de los imperativos necesarios para acceder al puesto quedan retenidos -de forma más o menos inconsciente- en la memoria visual del aspirante. Por eso, todos los despachos de evaluación sufren de cierto horror vacui: las cuatro paredes, exceptuando la puerta y las ventanas si las hay, están concienzudamente cubiertas por textos de grandes letras que explican, con las mínimas palabras posibles, cosas que importan.   

Empieza con el rascador en el brazo del aspirante, hasta que no queda más que un hilo de dermis al rojo sobre la carne viva.

- Relajado. Si no se relaja, tendremos que repetirlo. Suéltese, y ya verá como en seguida estamos.

Cuando el evaluador sumerge el rascador en la cubeta de esterilización en frío, agrupa toda la piel muerta y desprendida en un mismo montículo. Usa una pequeña espátula de vidrio de bordes afilados, asegurándose de recoger la mayor cantidad de muestra posible.

- ¿Le gusta? ¿Cree que es buena? -pregunta el aspirante mientras se ajusta sobre la rascadura una gasa embadurnada de melaza antiséptica.
- Eso no lo podemos saber aún. Todas las pieles parecen buenas cuando acaban de morirse, pero es a partir de las doce horas cuando el proceso de oxidación empieza a revelarnos los datos necesarios. Aunque, si quiere que le diga mi opinión, su piel tiene toda la pinta de ser apta para el puesto.
- Oh. No sabe lo feliz que me hace escuchar eso.
- De todas formas, no nos precipitemos -el tono en el que el evaluador se dirige al aspirante toma cierto cariz de descreimiento, sabiéndose en su obligación de no especular y ceñirse exclusivamente a los resultados de los exámenes oficiales. -No debe usted dar nada por supuesto hasta que no dispongamos de los resultados. Puede ser cualquier cosa.
- Pero mi piel es buena. Muere correctamente, y las escamas no se apelmazan.
- Por eso le digo que la cosa pinta bien. A veces, nada más proceder a la recogida de la muestra ya vemos que las escamas andan demasiado pegadas, o que se licuan nada más desprenderse. Esas señales casi siempre indican que el examen será negativo. Se ve a simple vista.
- ¿Y el color?
- El color, al final, es lo de menos -explica el evaluador con la vehemencia de un experto-. Toda cosecha aprobada pasa a mezclarse, tras determinar su porcentaje óptimo de aplicación, con otras cosechas afines... El tiempo, sobre todo. Las edades de las pieles muertas ha de ser lo más parecidas entre sí para que la mezcla sea buena. Una vez se alcanza el máximo en el contenedor de manipulado, toda la piel muerta se decolora. Se iguala, los tonos desaparecen y se obtiene piel muerta genérica. Igualación, ¿ve usted?

El aspirante sigue con la mirada el dedo índice del evaluador, hasta que da con uno de los paneles informativos encajado en la pared. "Igualación", lee para sus adentros. "La masa específica es lo que nos permite decir que algo puede tocarse. Las cosas sin masa específica no pueden tocarse. Las cosas que sí pueden ser tocadas son tan sensibles como su ser vivo más querido. Iguale siempre que pueda."

"Siempre que pueda", dice el aspirante. Decide pronunciar las últimas palabras de la información indicada por el evaluador como acentuando su interés por el dato. Piensa que es positivo hacerle saber al evaluador que, aunque la mayoría del mensaje lo haya leído para sus adentros, esa máxima concluyente debe ser pronunciada en voz alta. Dejándola en el aire, suspendida entre ambos, levitando a través de su solemne trascendencia y universalidad.

- Así es. Iguale siempre que pueda. Sabemos apreciar ese tipo de colaboraciones. A todos nosotros nos alegra ver actitudes proactivas.

El evaluador acaba de introducir toda la piel muerta en un sobre de plástico translúcido y blando, asegurándose de que todo esté dentro. Hecho esto, retira el precinto de seguridad y cierra el sobre presionando la lengüeta adhesiva. Con un rotulador negro de punta gruesa escribe sobre él los dos códigos identificativos del aspirante.

- Muy bien. Una cosa menos. Continuemos. Ahora, si no le importa, procederemos a una evaluación oral.
- Por supuesto -contesta el aspirante.
- Déjeme aclararle algo... Es una evaluación oral no conclusiva, ¿sabe a lo que me refiero? ¿Ha hecho antes una evaluación de este tipo?

El aspirante niega con la cabeza de una forma casi imperceptible, porque sabe que nunca es bueno descubrirse como inexperto. Aunque tampoco puede permitirse mentir sobre esto: nunca antes había estado en ese ministerio, y reconoce que es inútil y contraproducente adjudicarse conocimientos que no posee. Los evaluadores suelen detectar rápido este tipo de tretas y actúan en consecuencia.
- No se preocupe. Una evaluación oral no conclusiva viene a ser como un primer tanteo, ¿entiende? Yo le pregunto y usted me deja una impronta mayormente superficial, así a bote pronto, para que yo pueda juzgarla de forma no oficial. Dependiendo de mi estado de ánimo y de las precipitadas conclusiones a las que uno puede llegar con un ejercicio de este tipo. Nada especialmente serio. ¿Empezamos? ¿Alguna duda?
- No, adelante. Usted dirá.
El evaluador aprieta el resorte del bolígrafo y deja al descubierto su punta. La posa sobre un folio en blanco. Tras unos segundos de silencio levanta la vista del papel hasta encontrarse con la del aspirante.
- Lo primero. Antes de nada, debo saber qué opina usted de la piel muerta.
- Claro. La piel muerta -declama el aspirante, un tanto encorsetado por los nervios.- Es algo hermoso y necesario para sostener los pilares sobre los que se edifican nuestros principios democráticos. El sistema, sabedor de la cantidad de gente a la que le gusta observar montículos de piel muerta...
- No sea tan académico -inquiere el evaluador-. Espontaneidad, quiero verle opinar por usted mismo. Quiero saber de su yo íntimo, de ese niño interior que no entiende de manierismos. Prosiga, pero hágalo con más desparpajo. Puede administrar su sensualidad sabiamente, si le apetece. Si quiere desnudarse de cintura para arriba...
- Muchas gracias. Así estoy bien. Lo siento, empiezo de nuevo. Veamos. La piel muerta. Es el beso de la novia, las gentiles espuelas que marcan la actividad cardiaca de... No. Perdone. Qué despropósito. Estoy nerviosísimo, la verdad.
- Lo entiendo, lo entiendo. No crea que es el único que se pone nervioso en su primera evaluación oral -mientras dice esto, el evaluador se levanta, rodea su escritorio y se sitúa al lado del aspirante. Baja su cabeza hasta su altura, y cuando ambos se encuentran con las caras a menos de un palmo de distancia, el evaluador acerca lentamente sus labios carnosos a la temblorosa boca del aspirante, propinándole un tierno beso y una insignificante ración de saliva fresca.
- ¿Qué tal? ¿Mejor? -pregunta amablemente el evaluador-. ¿Más tranquilo?
- Y que lo diga, señor -el aspirante se ruboriza al tiempo que su pulso se acelera. Es muy poco frecuente que un evaluador titular del Estado se tome la molestia de violar el espacio vital de un aspirante, y mucho menos frecuente es que le regale un furtivo beso lleno de experiencia y calor humano. El cuerpo de funcionarios suele mantener distancias severas frente a los candidatos, siempre y cuando no se haya acordado un encuentro físico explícito de antemano.
El evaluador, contoneándose de forma burocráticamente coqueta, vuelve a su silla para indicar con un gesto de las manos que es el momento de continuar. Para ese entonces, ya han pasado los segundos necesarios para el aspirante, que afronta la situación con energías renovadas y una actitud mucho más fresca y juvenil.

- Piel muerta. Piel muerta somos todos. La piel muerta es útil, da calor y tarda cierto tiempo en desprender cualquier olor fuerte y/o desagradable. Piel muerta es agua para el sediento y ansiolítico para los acosados por el pánico. De piel muerta surgen grandes estrellas, y yo me siento liberado donando piel muerta.
- Mucho mejor, sí señor. ¿Ha comido alguna vez grandes cantidades de piel muerta proveniente de otra persona?
- Siempre que tengo oportunidad.
- ¿Y de completos desconocidos? ¿Le agrada? ¿Le inquieta? ¿Le es indiferente? Sea totalmente sincero, por favor.
- No suelo venirme abajo, soy muy de disfrutar el momento.
- Bien, bien. La siguiente, pues. Del uno al diez, evalúe el disfrute que le ocasiona observar de cerca piel muerta.
- ¿Del uno al diez, dice? -el aspirante contiene el aliento de una forma teatral, mira fijamente al evaluador y, con una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera, deja ir su respuesta como un solvente golpe de efecto.- Del uno al diez, sin duda un once.
El evaluador no puede evitar soltar una risa de complicidad, gratamente impresionado por la originalidad de la respuesta. Se desabrocha los tres primeros botones de la camisa mientras apunta en el papel varios signos positivos y la palabra "ultra". Deja de nuevo el bolígrafo sobre la mesa y, con las manos libres, hace la forma simplificada de una pájaro volando.
- ¿Qué ve usted aquí?
- Una pájaro volando, señor -contesta el aspirante.- Pero sobre todo dos preciosas manos que parecen no haber recibido el cariño que sin duda se merecen.
- Correctísimo, muy bien apuntada la respuesta. Hablemos ahora de por qué quiere un puesto en el departamento de búsqueda y selección de posibles pieles muertas. ¿Sabe usted las responsabilidades que esto conlleva?
- Si me permite, señor. No solo las sé al dedillo, sino que también me he preparado física y mentalmente para asumir dichas responsabilidades desde un primerísimo momento.
- Por ejemplo. Diga. Ilústreme sobre esa preparación.
- Para empezar -responde el aspirante, ahora ya del todo seguro de sí mismo- debo decirle que mi simpatía es como un boomerang y a veces he dado amor directamente con la mente.
- ¿Frunce usted el ceño cuando da amor de esa forma que comenta? Con la mente, quiero decir.
- Ni lo pregunte.
- Estupendo. Un momento... Sí. Ya hemos acabado con este bloque. ¿Qué tal, cómo se siente?
- De fábula, permítame la expresión.
- Eso esta bien. Pasamos, pues, al siguiente bloque. Ahora voy a pedirle que me muestre algo que quiera que yo vea. Es una prueba de iniciativa y actitud, por lo que debe decidir usted qué puede interesarme a mí de usted. Le dejo si quiere un minuto para pensar, adelante. Sorpréndame.

Para lo siguiente, el aspirante decide dejar a un lado las palabras y transmitir con su cuerpo. No es la primera vez que lo hace, bien sabe dios que le encanta hacerlo. Tras varios años de duras mañanas practicando en ayunas sobre las cenizas de los allegados que se fueron, logró adquirir tal técnica que ahora es capaz de hacerlo incluso bajo el agua. Es sabido por todos que los evaluadores aprecian los discursos heterogéneos y las cosas un poco confusas. El aspirante se levanta de su silla y empieza a imitarse a sí mismo.

- Hola. Soy yo. Soy yo -el aspirante consigue imitar perfectamente su propia voz, y lo hace tan bien que ni el mismo habla tan como él. También guarda un asombroso parecido consigo mismo. Esto es algo que le facilita las cosas de cara a ganar verosimilitud, al tiempo que le genera un contexto propicio donde reposar su actuación. -Estoy aquí, he venido, buenos días. Buuuueeeenos díaaaaaaaas. Soy yo.

El evaluador sabe que parte de su trabajo consiste en calcificar toda esperanza de futuro de los aspirantes, haciéndoles llegar a través de subterfugios y expresiones faciales muy forzadas que solo los más fuertes alcanzan el tan codiciado puesto fijo. La leyenda de las 14 pagas, rumores sobre vacaciones pagadas y vestigios que ratifican que los lotes de navidad existieron de verdad: corren infinidad de rumores sobre las ventajas del que se conoce como Contrato Indefinido. Para poder ejercer para y por la piel muerta hay que tener algo más que preparación académica y quistes maduros. El evaluador ha de saber cribar al aspirante en función a esos dones que no se aprenden en las aulas.
Cuando el aspirante se imita a sí mismo, el evaluador no puede evitar reflejar en su cara la emoción de hallarse ante tanto talento. Una imitación preciosa, juvenil, incluso aventurera. El aspirante sigue con lo suyo:
- Pues eso, que soy yo y aquí estoy, me gusta la música y de deportes me atrae el volleyball y aguantarle las pesas a dilettantes de la halterofília y a presos de origen latino, siempre y cuando cumplan largas condenas y odien estar solos. Y eso, que ya está. Un beso fuerte para todos y hasta pronto.

Tras unos pocos segundos de silencio, el aspirante parece abandonar el trance en el que lo ha sumido su actuación. Vuelve en sí y deja de imitarse a sí mismo para ser de nuevo él mismo. Mira fijamente al evaluador, el cual le devuelve una mirada llena de compasión y temblor primaveral.
- Ha... Ha sido... Francamente, muy bueno. La verdad. Me ha impresionado. Tengo la espalda totalmente empapada de sudor -confiesa el evaluador mientras juega dentro de su boca con una muela que se le acaba de desprender.
- ¿Es usted sincero? ¿Le ha gustado de verdad?
- Absolutamente. Absolutamente, y se lo digo con el corazón en la mano. Yo no miento nunca.
- Ya lo sabía -replica con dulzura el aspirante-. Lo he leído en su mirada. Sus ojos son transparentes.
- Cataratas.
- Y transparentes, créame.
- Pues... gracias, de verdad. Me ha regalado usted un bello momento, sinceramente se lo digo. Vamos muy bien, permítame que le comente que hemos pasado un punto de inflexión especialmente pernicioso. Me gusta manipular mis recuerdos para enfocarlos hacia lugares que nunca fueron pero me interesan más porque están manipulados por mis intereses. Así que prosigamos con la evaluación. El siguiente bloque es de reflejos y asociaciones de ideas. Responda lo primero que le venga a la cabeza tal y como escuche cada uno de los términos que le propongo. Es esencial la rapidez de reflejos y la contundencia de sus réplicas. ¿Ha comprendido?
- Absolutamente. Cuando guste.
- Genial -el evaluador se cruza de piernas sobre su silla de oficina y da una vuelta sobre sí mismo. Dado que le sobra impulso, se ve obligado a frenarse con la mano sobre la mesa una vez completados los 360 grados. -Aquí va la primera: AZUL.
- Azul.
- Muy bien. Otra: HIDROCEFALIA.
- Eh... Gorda.
- Gorda, correcto. PIEL.
- Abrigo.
- ESCLAVO.
- Ultra.
- ULTRA.
- Una forma muy concreta de amor.
- DIPSOMANÍA.
- Toro de pelo duro.
- Está usted haciéndolo muy bien.
- Gracias, señor. Dios mediante.
- HIENA.
- Menstruación abundante.
- JOVEN DESAMPARADO EN BUSCA DE ALGUIEN A QUIEN PODER ENTREGARSE EN CUERPO Y ALMA.
- Yo.
- RASTRILLO.
- Gasa usada. Un poco húmeda.
- Intente ser lo más conciso posible, por favor. GRASA.
- Eccema.
- CITA.
- Agresión.
- ¿LE GUSTARÍA VENIR ESTA NOCHE A BAÑARSE CONMIGO EN UNA PILA REBOSANTE DE PIEL MUERTA RECIÉN IGUALADA?
- Pensaba que no me lo propondría nunca.
- Bien. Eh... Casi perfecto. Casi. -El evaluador titubea durante unos instantes, se muestra abrumado. Vuelve a empuñar el bolígrafo, esta vez para escribir algo. Con letra esmerada y casi sin torcerse, escribe un nombre, dos apellidos y pone un punto al final. Mira el nombre, mueve los labios como si lo leyera varias veces pero sin emitir sonido alguno. Arruga el papel y lo lanza contra la pared. Hay un regusto eminentemente turbio en el gesto.
- Señor. Si me permite la indiscreción... He notado cierto... resentimiento. Me refiero en la forma de cómo ha arrugado el papel y lo ha lanzado por ahí, justo después de escribir ese nombre. ¿Lágrimas del pasado, quizás?
- Harías bien en no meterte donde no te llaman -le espeta el evaluador con tremenda sequedad, al tiempo que cambia el "usted" por un "tú" que de afable y próximo tiene más bien poco.- Tomo mis distancias, eso es todo.
- ...Ehm. Comprendo, señor. No es de mi incumbencia.
- No, no lo es -responde el evaluador con una incipente turbación colonizándole el rictus. -Y tú no comprendes nada. De hecho, te falta muchísimo para empezar a comprender lo más mínimo. Además, empiezo a sospechar que ejerces la prostitución masculina de forma ocasional. ¿Tengo razón? ¿Eh? ¿Qué, chupas pollas a cambio de pasta, es eso?
- Señor... -interpela el aspirante, tendiendo hacia una disculpa en elipsis.
- Que no. Que no puedes. No puedes entrar en este despacho, como si estuvieras en tu casa, meneándote como si fueras una piruleta clavada en el culo de un caballito de noria. No puedes, y eso es todo.
- Señor. Si me permite, quiero recordarle lo mucho que me importa poder optar al puesto... La piel muerta...
- La piel muerta, la pieeel muerta, la piel mueeeeerta... -el evaluador, a pesar de hacer uso de un proverbial tono burlesco, no puede ocultar que todo esto está afectándole. Algo personal, o por lo menos es lo que parece. Se diría que está predispuesto a llorar de forma escandalosamente inconsolable. -La piel mueeerta.  Bah! Hay más cosas en la vida que la piel muerta, que el sacrificio de animales en altares para invocar a la lluvia y que beber quistes maduros en verano. Muchas más cosas que también importan, que están aquí dentro, dentro DE MÍ. Y claro que puedes verme cualquier día bebiéndome los quistes de mis amigos o disfrutando de lo lindo con los últimos pasitos de una gallina recién decapitada. Y me mirarás, y en esta cara verás escrito un "eh, no hay problema". NO PRO-BLE-MA, bien grande, aquí en la frente. Pero luego, todos nos quedamos solos, pequeña buscona ignorante. Todos, ¿te enteras? Inclusive tú.
- Señor! Por favor, escúcheme un momento...
- Eres una buscona, una cupletera que quiere y no puede. ¿Me equivoco? Conozco bien a los de tu clase, que te quede MUY claro. No te escucho, ¿me entiendes? No me da la gana. Asquerosa zorrita ignorante... -el evaluador sobrepone sus palabras a las del aspirante subiendo el tono hasta casi rozar el chillido. Su pérdida de buenas formas es, a los ojos del aspirante, la declaración de principios de un juguete roto. Como una muñeca hinchable plagada de hongos.

- Por favor, no me insulte. No olvide qué y quién es. Creía que había algo aquí, entre nosotros. Algo especial...
- ¿Especial?! ¿Especial, dices? No te equivoques, culofino. Hace meses que no bebo. Estoy saliendo del hoyo, ¿entiendes, marrana de aldea barata? Un hoyo cojonudamente profundo, oscuro y tan lleno de mierda que parece el mismísimo cagadero de Moby Dick. Las paredes del hoyo son mierda, te cubre la mierda, la mierda te dice "eh, vente conmigo a vivir y a charlar de lo nuestro, lo pasaremos fenomenal". Luchas a todas horas por salir de la mierda. Por no ser mierda. Luchas para que la mierda no se case contigo y te de bien por el culo durante la noche de bodas. No tienes ni puta idea. Ni la MÁS PUTA IDEA DE LO QUE ES LUCHAR, DÍA A DÍA, y al final de la jornada ser capaz de nuevo. Besar un espejo, caminar con desparpajo, bucear en pelotas. Pero tú qué vas a saber, buscona ignorante, maldita tragona bebeleches...

Dicho esto, ambos se quedan en silencio.

A veces, los turbulentos caprichos de la vida te giran como si fueras una veleta a la merced de una ventisca. Giras, giras, y mientras sigues girando solo ves un borrón circular abstracto. Estás dentro y a la vez fuera. Y cuando todo acaba, te sientes perdido, como si se hubieran borrado las huellas en las que confiabas para poder volver. Pocas veces te sientes más vulnerable, más presa de la gran broma cósmica que de vez en cuando se excede de los límites.

Entonces, solo te queda preguntar. Y eso en el mejor de los casos, porque por lo menos significa que no estás solo.

El silencio se alarga de tal manera que el lenguaje no verbal, las miradas y lo intangible (que no se ve, pero se sabe) dejan de ser meras herramientas de apoyo para devenir en ejes comunicacionales de primerísimo orden. Y a través de ellos se dicen muchas cosas. Sumidos en un silencio punzante, y entre ellos un abismo. Una caída sin fondo allí donde minutos antes, aunque solo fuera por un segundo, brotó algo muy parecido al AMOR.

El evaluador se sabe culpable: idiota no es. Jugó sus cartas en el póker del sentimiento y le tocó perder. "Y qué ha sido de la piel muerta", se pregunta: todo esto resulta catastróficamente poco profesional. Si en algún momento esta era su fiesta, algo pasó y ya no lo es. Todo lo contrario: el aspirante, antes tan apocado y a la deriva, se muestra ahora orgulloso empuñando el mango de la sartén. ¿Y entonces, qué son pues los sentimientos? ¿Acaso tan solo muñecos trapo con los que uno puede limpiarse el culo? De nuevo, la triste ironía que pesa sobre el funcionario de a pie: todo lo tiene, todo está bajo su control... Todo, menos él mismo.

Durante años había dedicado su vida a diferentes causas mayores, todas íntimamente relacionadas con la ciudadanía: comisariado de turbas nocturnas, concesiones públicas de enanos que bailan mientras agitan las maracas, pelucas para perros. Llegó a documentar todas las caídas graciosas de niños y consiguió que los padres lo grabaran en video, creando un archivo histórico sin precedentes en tiempo récord. Los muebles lo felicitaban y las voces que vivían dentro de su cabeza aprendieron idiomas.
Podía decirse que había llegado a lo más alto, más o menos. Quizá no a lo más alto del todo, pero sí muy arriba. En su llavero tintineaban más de catorce llaves, sin contar las de su casa y las de la celda de la pequeña Rosie. Nombrado evaluador titular hace más de cuatro años, había conseguido ofuscar las pretensiones de cientos de personas; rompió la ilusión de cientos de posibles competidores, gente más joven y preparada, y lo hizo sin quejarse. Los engañó y torturó psicológicamente de forma pulcra y desapasionada, pero sobre todo muy profesional. Su buen hacer era punto de referencia en bodas, bautizos y comuniones. Un hombre, en definitiva, que siempre supo vestirse por los pies.

Y hoy, en lo que parecía ser otra jornada más de evaluación de algunas cosas, irrumpió en su camino la más insalvable de las trabas: necesitaba hacerlo suyo, forzarlo, llamarlo por otro nombre, pintarle los labios y emborronárselos a bofetadas. Hacerle pagar por todos los otros, para finalmente derramarse dentro de él sin haberle consultado antes. Y lo peor es que el aspirante ni siquiera le gusta de verdad: un capricho nomás. Una bengala anal, que tan pronto aclara con su luz festiva hasta la noche más oscura, como que de repente se desvanece como quien tira al río un saco con siete u ocho gatitos recién nacidos que nunca supieron lo que era el sexo libre.
Pero ese capricho vino cargado de justicia poética, blandiendo su mensaje a lo largo y ancho de su campo visual estándar. Una máxima que desatendió aún sabiendo que la cosa apestaba a putada: hoy sabrás lo que significa tener que escoger entre tu fabulosa vida repleta de rutilantes éxitos profesionales y un canalla de imberbe corazón al que tan ricamente meterías en tu bañera mientras un saxofonista semidesnudo descorcha champán y saca fotos picantes.    

El aspirante respira muy fuerte, como si estuviera hiperventilando. Dado que ha sido insultado, acosado sexualmente y relegado al status de un juguete erótico de usar y tirar, tiene muy claro que lleva ventaja en el asunto. Su objetivo sigue siendo el mismo: alcanzar un puesto fijo y de cierta responsabilidad en la gestión e igualación de pieles muertas. Lo que pasa es que, ahora, ya no tiene miedo alguno de ese caligulismo arbitrario con el que se ha ido topando desde que salió, diplomatura en mano, de la prisión turca donde cursó sus estudios superiores. Un nido de enfermedades y vidas sin esperanza que separa Valladolid de la Estación Polar Zebra.

El evaluador toma la batuta y da el primer paso para restablecer el orden. Y no, no se siente mal. No se siente mal porque es algo que se debe a sí mismo.

- Ehm... Bien. Uh. Vaya. -Su espalda suda como la de un mexicano, y ha perdido esa tilde inquisitorial con la que gustaba de acentuar sus sondeos de nuevo personal. -Me siento un poco tonta. Vaya.

El aspirante no mueve ficha, pero otorga. Deja que las cosas pasen: cuenta con perspectiva suficiente para verlas venir con tiempo de sobra. El evaluador sigue. Tras unos necesarios balbuceos de cortesía para romper de nuevo el hielo, se esfuerza por resumirlo todo cuanto antes:

- Hasidounatonteria.
- Sí, la verdad.- El aspirante contesta lento, degustando.- Me ha insultado. Yo he venido a ofrecer mis conocimentos en la gestión de pieles muertas y usted me ha insultado, ha agredido mi espacio vital. Me ha acusado de ejercer la prostitución y de ser una sucia cupletera. He podido oler de cerca su depravación. Se ha comportado como un vulgar roquero.
- Comopuedocompensarte?
- Muy fácil. ¿No se lo imagina? Le dejo probar. Ande. Piense qué puede hacer por mí.
El evaluador lo sabe perfectamente. Ahora, el ultraje ya es total. Se ha cerrado el círculo. Como estocada final, va a tener que traicionar todo aquello que juró proteger: su puesto de trabajo.

- ¿Qué? ¿Lo tiene ya? Estoy esperando, evaluador.- El aspirante parece cada vez más grande, el suelo se hunde bajo sus pies. Todo le da vueltas y aparecen luces blancas y amarillas. Está perdido. No logra recordar los detalles de cómo ha empezado, por qué no quiso detenerlo a tiempo. Le sudan las manos. Las pasa por las perneras del pantalón para luego ceñirlas sobre su escritorio. La superficie está suave, fresca y seca. Ese escritorio, piensa, parece condenado a convertirse en la zona 0 de la tragedia. El epicentro de su destierro más allá de que solo quedarán yermos campos de estériles empleos con relaciones de poder mínimas o nulas.

- Vamos a hacer un trato -dice al fin el evaluador.- Te gusta negociar, ¿eh? Seguro que sí, lo veo en tus ojos. Podemos llegar a un lugar plácido para ambos, ¿no te parece? 
- A ver qué tiene. Le escucho, evaluador.
- Vale... Aaaah -se presiona los ojos con los dedos índices.- Déjame un segundo. Concentrarme. Buffff. Dios, qué calor. Bien, escucha. Yo tengo poder. Lo sabes. Lo sabes, ¿no?
- Digamos que puedo hacerme una idea, sí -contesta el aspirante, como retándole a que le cuente algo que no sepa.
- Poder. Accesos. Pieles muertas. A todos les gusta tener cerca pieles recién muertas, de primera clase. Escoger, ¿sabes? Es un gran poder. Te pone por delante. Poder escoger es bueno.
- Totalmente de acuerdo. Y entonces, en resumen... ¿Qué?
- Que puedo compartirlo todo contigo. Si colaboras, claro está. Quiero decir que...
- Tarjeta amarilla, evaluador -interrumpe bruscamente el aspirante.- No estás en posición. Las cámaras lo han registrado todo. Solo tengo que decirles dónde tienen que mirar.
- Pero si no hay denuncia, no hay sanción. Todo puede arreglarse aquí, ¿comprendes? Y, además, no ganarías nada. ¿Qué sacas en limpio jodiéndome? Te soy más útil en activo, puedo ponerte donde quieras. ¿Te gustan los quistes? Puedo abrirte el camino hasta los mejores, más grandes y maduros quistes de toda esta ciudad. Quistes grumosos que van a follarse a tu paladar, no te quepa duda. ¿Qué me dices? ¿Te gusta cuando te follan el paladar?
- Um. No es mala idea. Podría ahorrarme mucho tiempo si no me hiciera falta descubrir las cosas por mí mismo...
- Eso es, pequeño -el evaluador modula a la alta su complicidad, sabiéndose dependiente de esa su única salvaguarda.

Es una pena, piensa para sus adentros. Porque todo podría haber sido de otro modo. Haberle invitado por las buenas al palacio de su experiencia. Grabarse mutuamente engullendo pomos de puerta, frotarse las espaldas con desgracias ajenas y la penuria no implicante de alguien que necesite de su condescendencia burocrática. Besarse en secreto, hacer el guarro a todas horas. Hacerle una visita a Rosie. Una buena visita nocturna, los dos juntos. Darle a esa pequeña llorona algo para recordar, una buena dosis de terror y shocks nerviosos mientras ambos beben grasa abdominal de cadáveres no reclamados.

Pero las cosas no siempre se escriben en clave de cuento. Podría haber sido una joven con sida o un subsidiario con quemaduras de primer grado en el 70% del cuerpo. Así es como uno puede centrarse en lo suyo, hacer funcionar el país sin interferencias ni arrebatos emocionales de trágicas consecuencias. Aún así, una pequeña lumbre aún resistía los envistes de las circunstancias, manteniendo un hálito de esperanza en la que volcar toda la responsabilidad. Esa pequeña llama, aunque débil, parecía indicar que el aspirante no se cerraba del todo a esa electricidad que antes los hizo temblar a ambos.

Durante más de dos horas evaluador y aspirante desgranan los pormenores de su acuerdo. Mediante avanza la puesta en común, la solera y la experiencia del evaluador van ganando terreno ante las exigencias, tan efusivas como difusas, del aspirante. Hablan de túneles directos, de celdas privadas, de pieles muertas. Aparecen tentadoras rutas de acceso directo a orfelinatos, chaperos bancarios, abducciones con y sin sonda, negritos disecados y teléfonos de lujo con forma de linchamiento popular bicentenario. Indudablemente, el aspirante sabe reconocer cuándo debe apretar y cuándo dejarse cuidar. El tiempo es dinero. El dinero es calvo. Los calvos son casi todos unos violadores en potencia. Todo el mundo sabe sumar. Y cuando se descorcha un quiste, ese hedor a infección y a mantequilla rancia indica que no todo en la vida es malo. Los funcionarios son los seres más necesarios, útiles y atrayentes de todo sistema democrático surgido después de la ilegalización de los pelirrojos. Los funcionarios tienen dedos largos y culos que normalmente parecen fuentes rebosantes de caviar. Los funcionarios tocan las teclas que solo ellos saben tocar, y la preciosa melodía siempre es del agrado de quien tiene la suerte de estar allí. "Son pocos principios básicos, pero son los que son", repite cada equis tiempo el evaluador. Un buen consejo y presenciar lapidaciones de vez en cuando son dos cosas que excitan el intelecto y afilan la percepción. El aspirante acaba por ceder, y promete que habrá silencio. Ni una palabra al respecto, pues mañana el sol piensa brillar como nunca. Y esa luz poderosa no vendrá sola: la promesa de catorce pagas y una corte secreta de enanos genéticamente manipulados acompañarán con paso firme una nueva victoria de los estados medios. Se pensará sobre todo en las pieles muertas, en igualar todo lo que se pueda, en prodigar nuevos quistes bien repletos a punto de reventar.

Ambos se dan la mano, cerrando así un pacto entre caballeros. El evaluador, tal y como suelta la mano del aspirante, le propina un sonoro bofetón para hacerle saber que es un auténtico golfo. Aún no se ha enfriado la mejilla del aspirante cuando el arrebato se corona con un tenaz beso viscoso en la boca:

- Aspirante, aspirante.
- Evaluador, evaluador. Si hubiéramos empezado por aquí. Por cierto, ¿estás sudando?
-No exactamente. Por cierto. Ahora que vamos a compartir cosas, me gustaría saber por qué te llamas Legión.
- Porque normalmente somos muchos -responde el aspirante-. Aunque hoy he venido solo.