(Uno de dos)
Frase del mayordomo: "ha vaciado usted, supongo; de su agrado y vuelva pronto (a usted). Gracias, supongo".
Justo así. Un eco malévolo y henchido de intenciones al margen de su salud. Las palabras, incluso el tono. Daba de sí la cosa como para encajarla con holgura en el puzzle mental que llevaba labrando parsimoniosamente desde que salió del internado. El mayor de sus triunfos hasta entonces: antes, lo más sólido que había podido agrupar en sí -y eso con más esfuerzo del que se remunera con las más esmeradas caricias de cualquier amor propio- fueron nebulosas, taciturnas combinaciones de argumentos, arbitrariedad al margen de la gravedad; señales desatendidas y dramas desapasionados entre pijamas de uniforme y regueros de babas.
"Ha vaciado usted", ergo se entiende que uno sube escalafones después de tanto insulto sustentado en el tuteo.
"De su agrado" es mucho más de lo que se tuvo en cuenta si se piensa todo aquello que uno es capaz de recordar.
Y por último, las lágrimas casi colonizan su pose al metabolizar todo lo intrínseco contenido en ese "supongo".
Suponer, eso era lo que venía buscando. Que supusieran sin más. No más sentencias ni axiomas a partir de entonces. Empezando a volver.
Había, pues, una respuesta que dar. Una vuelta más, como mínimo. La leyenda sobre la materia y la materia sobre la leyenda.
La gran virtud de las suposiciones es que siempre queda algo para luego. Como pasa habitualmente en las grandes comilonas de familia.
(Dos de dos)
La noche [se] cae y la mañana va tras el lechero, chillona como el perro de una solterona. La tarde viene sola, resoplando; las mejillas cubiertas de albero y huevos de sarna. Lejana y cubierta de pueblo, pero cuan más oscura más se purga y en lo alto se reconcilia.
El internado queda lejos como una serie de televisión que le cuentan mientras -riguroso- no escucha.
El mayordomo vuelve.
El mayordomo, una vez de nuevo ante él, supone otra vez y ni rastro del tú porque todo él vive en contrapicado: para algo se le paga.
Entonces pasa que empieza y sigue. Recuerda poco pero bien -o casi- como si meando, peso limpio de chorro rajado y perfumado de excesos: todo es de nuevo lo que de nuevo para él nunca fue. Poco muchas veces es mucho: así es como va recuperando lo esencial a traves de sus muchos poco-a-pocos.
Aquello que se considera esencial viene determinado por el criterio que lo cabalga.
Sucede: el pelo se le ondula y en él el blanco vuelve. Con él todos de nuevo a sus puertas, de nuevo lo que sí fue pero hasta ahora no.
Frase del mayordomo: "ha vaciado usted, supongo; de su agrado y vuelva pronto (a usted). Gracias, supongo".
Justo así. Un eco malévolo y henchido de intenciones al margen de su salud. Las palabras, incluso el tono. Daba de sí la cosa como para encajarla con holgura en el puzzle mental que llevaba labrando parsimoniosamente desde que salió del internado. El mayor de sus triunfos hasta entonces: antes, lo más sólido que había podido agrupar en sí -y eso con más esfuerzo del que se remunera con las más esmeradas caricias de cualquier amor propio- fueron nebulosas, taciturnas combinaciones de argumentos, arbitrariedad al margen de la gravedad; señales desatendidas y dramas desapasionados entre pijamas de uniforme y regueros de babas.
"Ha vaciado usted", ergo se entiende que uno sube escalafones después de tanto insulto sustentado en el tuteo.
"De su agrado" es mucho más de lo que se tuvo en cuenta si se piensa todo aquello que uno es capaz de recordar.
Y por último, las lágrimas casi colonizan su pose al metabolizar todo lo intrínseco contenido en ese "supongo".
Suponer, eso era lo que venía buscando. Que supusieran sin más. No más sentencias ni axiomas a partir de entonces. Empezando a volver.
Había, pues, una respuesta que dar. Una vuelta más, como mínimo. La leyenda sobre la materia y la materia sobre la leyenda.
La gran virtud de las suposiciones es que siempre queda algo para luego. Como pasa habitualmente en las grandes comilonas de familia.
(Dos de dos)
La noche [se] cae y la mañana va tras el lechero, chillona como el perro de una solterona. La tarde viene sola, resoplando; las mejillas cubiertas de albero y huevos de sarna. Lejana y cubierta de pueblo, pero cuan más oscura más se purga y en lo alto se reconcilia.
El internado queda lejos como una serie de televisión que le cuentan mientras -riguroso- no escucha.
El mayordomo vuelve.
El mayordomo, una vez de nuevo ante él, supone otra vez y ni rastro del tú porque todo él vive en contrapicado: para algo se le paga.
Entonces pasa que empieza y sigue. Recuerda poco pero bien -o casi- como si meando, peso limpio de chorro rajado y perfumado de excesos: todo es de nuevo lo que de nuevo para él nunca fue. Poco muchas veces es mucho: así es como va recuperando lo esencial a traves de sus muchos poco-a-pocos.
Aquello que se considera esencial viene determinado por el criterio que lo cabalga.
Sucede: el pelo se le ondula y en él el blanco vuelve. Con él todos de nuevo a sus puertas, de nuevo lo que sí fue pero hasta ahora no.
"Ha vaciado usted, supongo". El mayordomo chasquea los dedos y dos orates retiran a la joven, cada uno arrastrando de una pierna. De su rastro de flujos oscuros sobre la cera del piso nacen las estrellas que habrán de jalar la jornada con elegancia digna de su posición, mientras fuera [ante nuestros retrasados ojos, a eones de distancia] se vulgariza el brillo de su simétrica luz muerta. Así dentro y fuera, así para historiadores y para lunáticos irreductibles. Así para sirvientes, mártires y muebles de noble apellido. Así todos, hijos legítimos o no de un pueblo tan variopinto como la faz de dios.