martes, 27 de octubre de 2015

Das Wachsfigurenkabinett (Paul Leni, 1924)





Das Wachsfigurenkabinett (Paul Leni, 1924)

Primera parte: El Califa de Cera.
 


Año equis.

He un Califa.
Detesta la monotonía más que
     ninguna otra cosa

una esposa cada primavera, etc.
 

Pero he Zarah,
                          esposa del panadero:
su hogar es de barro (idéntico al que tienen
       las colonias de termitas)
donde el panadero se empeña en su principal
labor
         ser
              precioso pobre hombre
y su mujer
       víctima de aquellos tiempos
sin más remedio
                              una superzorra
EXQUISITA, 

EXQUISITA.

Más acá de la inmensa barriga del Califa
y sus partidas de ajedrez con el Visir
el panadero amasa
moreno el pan y los caracolillos de
su pelo
             en su casa para termitas;
 

cada vez que el Califa pierde
     una partida de ajedrez
la mujer se pinta los labios con jugo de moras
mirando al panadero a través del vidrio
     oxidado
el panadero
                     le soba los pechos en señal de auxilio

su mujer se revuelve en su único vestido decente
recordándole al panadero que el Califa
podría darle aún y con aquel barrigón

una buena lección de galantería.

Porque toda paciencia tiene un límite:
¿Dónde está la cabeza de ese perro panadero?
         —La habré extraviado,

dice el Visir
                     obnubilado entre tanto negroide desnudo
sudando él también dice

     Más bella que las rosas de Shiraz
detalle que tampoco ignora el Califa
—ahí el problema—
    cuando el Visir pasa revista a sus
         responsabilidades de Visir
    en un mundo sin palabras
                               ni ley lógica ni
                               policromatismo alguno.

De vuelta al termitero
los ojos admirados del gran Califa habían
prendido
               un fuego candente
donde la pobre aunque hermosa y zorra mujer de
       un panadero con pelo de cupletera
entiende
             pocas cosas hay mejores
             que una violación consentida

si así el carmín sustituye al jugo de moras,

de construcciones himenópteras
                                                           a mosaicos y seda.

El Califa pone esa cara suya y ella conoce
que la ama plenamente
       ese Califa de perlada papada y aorta platino
ese es
          justo el Infierno del panadero
          (gigantesco horno de hierro colado y humo,
                mucho humo)
cayendo en visiones de revancha y magnicidio
por culpa de una mujerzuela qué-tiempos-aquellos
empuñando una cimitarra sobre la cama
          aún húmeda
de su ultraje y qué fácil
                                         ha sido reptar hasta allí

articula con proceder de artesano

obviando
                 que el Poder todo lo puede y la Cera
                      a diferencia del barro
                 siempre ha sido un artículo para nobles.

Assad, pobre hombre-panadero
no vivirá lo suficiente como para resarcirse
en las respiraciones entrecortadas de su mujer
bajo las penurias del más obeso de los Califas.

FIN.

Cierto es que sobre
todo esto
               hay otra historia
                      que cuentan
                                           pero no es verdad.