martes, 28 de febrero de 2012

COSAS BUENAS Y MALAS DE SER JOVEN MUJER (PARTE I)




Soraya From Beyond (Terrorblaster remix)


Hay ocasiones en que los preludios o cualquier artefacto similar destinado a tal uso (esto es, introducir un tema) no son necesarios o bien pasa que el autor abajo firmante lo elude por la razón que sea. O bien porque considera que no es necesario o bien, como en este caso, considera que lo mejor es entrar a trapo con la cosa, sin concesiones que amilanen el embiste que propulsa al objeto del texto.

Si bien todo el párrafo anterior se caga en sí mismo -negando su propia naturaleza de preludio como razón existencial a todas luces incongruente-, siempre está uno a tiempo de tomar el timón de la nave y de paso, si se es lo suficientemente rumboso, al toro por los cuernos y/o al potrillo por las crines. 

El tema es líquido. Física y metafóricamente. 
Vamos a ello.
Cuando voy a comprar, a un supermercado o donde sea, siempre puede pasar que delante mío haga cola para pagar en caja una mujer con tampones, compresas, papel de WC (que no por genérico resulta incluido, sea más bien por afinidad), desodorante vaginal... Ungüentos del útero. Enseres de higiene íntima.
Como hombre de naturaleza testosterónica y en lo más mínimo atenazado por el fantasma de la homosexualidad -el cual, en estos tiempos díscolos que corren, campa a sus anchas entre la juventud de mano del espectro de las drogas y las revistas de estetismo masculino-, he comprobado a lo largo de mis experiencias de campo que hay cosas por las que no debo preocuparme. Es decir, a pesar de que mi barriga y mi papada y mi ascendente irritabilidad estén totalmente fuera de control, siempre será mi carácter intelectual y mi severa virilidad las que marquen el rictus de mis relaciones íntimas con el bello sexo. Las flatulencias, los sarpullidos más o menos virulentos, la hediondez que a ritmo marcial acompasa a mi decadencia formal, el mortecino tono de la piel que recubre mis graves nalgas, el pernicioso humor tóxico proveniente del interior de mi ombligo: pormenores que palidecen en su pretendido gesto desmerecedor ante la imposición de un efluvio mental incuestionable y de calidad superior. Un devenir perteneciente al mosaico universal de la(s) evolución(ones) humana(s), integrado -como bien es sabido- por individuos en su gran mayoría varones. Y esto es así, por mucho que insistan en su -erróneamente consentido- pataleo genemético. 

Volvamos a la cola del súper: ahí tenemos los dos objetos posibles. El primero, una mujer rigurosamente joven con enseres de higiene íntima. El segundo, una mujer madura -por no decir crepuscular- con idénticos enseres. Amigos: me brillan los ojos precisamente cuando algo tan evidente es capaz de reflejar en ellos el beso del axioma, el beneplácito incuestionable de la verdad, pura y dura, sin ambages ni sofismos. Un abismo es lo que separa la sensualidad implícita que emana una doncella de apenas 20 añitos con un paquete de tampones en la mano, de la repulsión que nos causa ver a una penca de más de cincuenta blandiendo como si nada su pack ahorro de Tena Lady. Voy a tratar de ilustrarlo más profusamente, para aliviar cualquier neblina que pudiera empañar vuestro entendimiento ante tan flagrante y devastador cuadro.

1. Hembra de 20 años. Digamos que tiene un cuerpo meritorio, inspeccionable. Digamos (y es tan solo un decir) que con su sensualidad merece los favores que, a cambio de su capacidad para henchir de júblilo el alma de un hombre, recibirá tanto a titulo educacional como filosofíco como puramente intelectual. Pues bien, dicha joven en edad de merecer porta in da hand un primoroso paquetito con tampones de los pequeños, de los que no son de calibre 45. Ahí lo llevas: nuestra intelectualidad masculina, si bien un tanto magullada por los retruécanos de oscuras voluntades que ciertos movimientos de resentidas han querido "comercializar" como modus operandi acorde con las necesidades de este nuevo milenio, veremos en tan delicada figura un sosiego para nuestras espuelas, melladas y carcomidas de tanto levantar el país. Aroma correcto y poco malicioso, o como decía el grandísimo Salvador Sostres, "vagina que por suerte aún no apesta a ácido úrico"(sic). Observamos que los tampones son pequeños, y por tanto de aquí obtenemos que todavía "no está la goma dada del todo", lo cual anima aún más nuestras voluntades de colmarla de conocimiento viril y sudoroso. No, amigos: no nos da asco pensar en su periodo, no es para nosotros un problema pensar en cómo le va a sangrar la chocha en breve. Todo está bien, en paz, en armonía con el universo. Nuestro paladar no conoce así llaga alguna y estamos igualmente dispuestos a perdonarle esa veleidad que mensualmente supone la menstruación, a modo de condescendencia y de templada aceptación. Le preguntaríamos incluso el nombre, nos interesaríamos por sus maneras de malgastar el tiempo. Todo por gentileza y dadivosidad, aspectos muy propios de nuestro sexo, en pos a una mejor realización de sus objetivos de cara a alcanzar la madurez que, como decía Schopenhauer, nunca es -en la hembra, se entiende- ni completa ni real. Pero a pesar de lo que advertiera el alemán, decidme amigos míos: no es acaso un placer dejarse engañar por una hermosa pícara de culo terso y despreocupados modales, siempre y cuando sea su tersa carne, manque sea sangrante cual crudo bistec, la que nos proporcione ese merecido descanso que aliviará la tensión que descansa históricamente sobre nuestros recios hombros? Qué diablos, pues claro que sí. 

Pero la cosa se jode cuando lo que tenemos delante no es una cachorrilla de apenas la veintena: cuando lo que tenemos delante es algo parecido a nuestra madre pero no es nuestra madre, la cosa vira hacia matices mucho más espesos, barrosos y de opaca ignominia. Vamos: que, como se suele decir, hemos pisado mierda.

Ahí está ella sin ningún tipo de voluntad de retraer en público su comportamiento. Abrazando el tenso retractilado, entre sus huesudos dedos podemos leer "Tena Lady". Compresas con alas. XL. Cosas grandes, enormes, que nos se van a ir por mucho que tires de la cadena. Sabe dios que va a costar lo suyo, mucho, la hostia en monociclo. Vinagre´s on the air. Escapes de orina provenientes de una hucha arrugada y desfalcada de todo bien, miserable y reseca como piedras oscenses afiladas al sol; nada que hacer cuando está todo perdido, puro asco y terror, nada excepto huir y cenar en el bingo y dormir en el coche. Eso, es eso lo que nos espera acaso? Tener que cenar escalopa rebozada in extremis con pimientos verdes salteados en el Bingo y luego dormir en el coche? Gastar dinero en prostitutas? Es cierto -y todo el mundo lo sabe- que las prostitutas alivian cosa fina este grandísimo atolladero de herpes labiales con sus servicios dedicados y esencialmente mentirosos. Los rumanos, inútiles como son para la mayoría de las cosas, cierto es que nos han traído dos de las mejores cosas que actualmente pudiéramos guardar en la caja de herramientas de nuestra alma: la prostitución de menores y el turbofolk. Cómo son de suyos, estos canallas. En el fondo los adoro.  

Sangre revenida y escapes de orina. No, amigos: las mujeres mayores que no son nuestras madres no deben mostrarse como tales (mujeres, no madres). Su condición de "efluviantes", productoras de fluidos hediondos y espesos, ovulaciones de regustos arenosos, desérticos. Su manera de mearse encima. Aquí es cuando uno puede olvidarse de ese estimulante "entre pan y pan, hamburguesa", ya que toda mención que metaforice con elementos culinarios -cuando se habla de mujeres demasiado maduras- puede provocar una arcada de proporciones colosales, de esas que devienen en esguince o desgarro del costillar. Harían falta mil puños que morderse para paliar la histérica pataleta que a un esteta le puede venir encima ante tal despropósito de fondo y forma. Es mucho el dolor, amigos, y aún más la revuelta: una cima aún más escarpada que la que Sísifo tuvo que medrarse día tras día por negarse a vivir en un infierno que, sin duda, debía ser mucho más dulce y considerado que el que en esta diatriba nos ocupa.

Resumen: o matamos a todas las mujeres mayores de 50 que no sean nuestras madres o bien, en un acceso de humanidad sin parangón, las recluimos allá donde no nos obliguen a contemplar espectáculos de tal demencia estética. No así a las jovencitas de hermosos rostros y culos pétreos, que pueden mearse encima y menstruar todo lo que quieran.


Gracias y adelante siempre.