(A Mussolina)
1.
Han pasado treinta años
desde la primera vez que me rompiste las gafas.
Tu cuerpo ha empeorado, tu mente se ha vuelto
más lenta
como acompañando el tristemente desaparecido discurso
que en su día me marcó las nalgas como a una res esclava
y depositó mis órganos sobre las palmas sudadas de la inmisericordia.
Te miro
desde la cama
manoseándome mis tristes cojones en tu honor
mientras la mujer que fuiste
sigue persistiendo en estas retinas desdibujadas
tras una montura retorcida
que me hace pequeña la nariz y mortuoria la mirada.
Según la lógica que más de una vez me salvó del cepo
debería pedirte que te giraras un momento
para luego golpearte la nuca con un cenicero.
Después yo, naturalmente; pero con más calma.
Conservo en el cajón una cantidad suficiente de drogas
como para acabar con el sufrimiento de quince como yo.
Pero, en vez de eso,
doy por bueno mi destino
y con toda la sensualidad que me permite
la reptante senectud que me ridiculiza
te indico el camino
hasta mi sonrisa destrozada.
2.
Sostengo con la boca
el triunfo natural
con el que amamantar a una legión de soldados
famélicos, ridículos, extenuados
y dispuestos a morir
para que gente como tú y como yo
podamos seguir disfrutando
de esta lenta muerte.
Mi alquimia: tragarme por completo tus senos
y así secar el mundo.
3.
Mi verga te ama.
El resto de mí es un simple esclavo.