DE VOCACIONES Y OTRAS TORTURAS
Hay dos maneras de ordenar las cosas:
la manera incorrecta
y el resto de las maneras.
Cuando a uno no le queda más remedio
que crecer
se divierte pensando en lo que vendrá,
ahora que la conciencia
de ser uno mismo
empieza a resultar una amenaza.
Pues bien:
debajo de una de cada
mil cunas
incuba sus huevos verdes una conocida serpiente.
Esto es inevitable,
se haya ido papá o no.
Debo decir a favor del Mal
que trabaja siempre al margen de las circunstancias.
El Mal
poco a poco
como todas las enfermedades de la sangre
coloniza delicadamente todos y cada uno de los órganos
que hacen falta en el amor y en la guerra.
Es una transformación: el olor de la piel,
el cabello ralo,
una obstinada mueca átona;
el ansia,
y esa forma tan particular de estrujar con ambas manos
los frágiles contornos del alma.
Pronto se llega a conocer la cábala única del limbo
y se establece un primer umbral del dolor.
Todo, a partir de entonces, empeora.
Depende siempre de la entereza del entorno, de los tuyos.
No siempre es inmediato, pero siempre llega.
Empiezan a irse, se acota el perfil del lapso,
los silencios son cada vez más densos, más estériles.
Luego están las drogas, los reversos violentos, la puerca autocompasión.
Como dormir al lado de un tiburón blanco:
leche levemente rancia, pornografía sentimental,
agujeros en la suela
y las proverbiales noches en blanco
que, al contrario de lo que pudiera parecer,
nos pertenecen sólo a nosotros.
Al final ya no importa si lo haces bien o mal.
Puede incluso que nunca llegues a saberlo: tampoco hace falta.
El talento se convierte en un pormenor insidioso
y el ejercicio de la comunicación en un condicionante
no siempre bien recibido.
Descubres que no es cierto que todo sea feo:
la fealdad está en ti, dentro mismo.
Te pertenece, tomas conciencia. Decoras las grietas.
Piensas normalmente en sexo, más drogas; piensas en desaparecer.
En lo mucho que te duele la cabeza.
El pecho hundido, todo aire usado, humo palmario
donde el esperpento se pulveriza
para sepultar con su pavesa a todas y cada una de tus pretensiones.
Llegados a este punto
solo resta titular el poema,
repasar las faltas de ortografía,
apurar los cigarrillos,
abnegadamente recoger uno a uno los dientes del suelo
y por último
cauterizar de forma práctica e higiénica
las heridas que aún quedaron abiertas.
Simplemente salir sin saber a dónde
cuando al fin los ojos se apagan de un soplo bajo el decorado.